Creo que se mató

Agradezco al presidente de la Academia Dominicana de la Historia su empeño en referirse a mi creencia, que no se basa sólo en chismes de aquella época, de que el general Santana se suicidó.

Las evidencias que Juan Daniel Balcácer cita para demeritar mi sugestión poseen igual carácter poco concluyente que los testimonios que cité anteriormente.

Al escribir mi biografía sobre el presidente Guzmán, que el doctor Balcácer amablemente presentó en la puesta en circulación en 2009, debí leer y documentarme acerca del suicidio, las depresiones y las circunstancias que pueden motivar esa fatal decisión.

En los meses finales de su agitada vida, en Santana concurrían casi todos los factores que conforman una profunda depresión. Padecía, tal como enumeró Juan Daniel, varias enfermedades, dolencias dolorosas e incómodas que fueron impidiendo su disfrute de la vida acorde con sus bajos gustos.

Había perdido el favor del pueblo por su inconsulta y proditoria anexión a España de la incipiente patria.

Los oficiales españoles desconfiaban de él al punto de que se preparaban para realizarle un proceso judicial vergonzoso.

La guerra de restauración la financiaban enemigos suyos como Báez y los comerciantes de Santiago a quienes Santana traicionó al ser traído del exilio por ellos en 1858, alzándose con el poder. Los documentos oficiales, publicaciones de prensa, testimonios escritos y tradiciones orales, todas las fuentes históricas, ofrecen versiones contradictorias y no concluyentes.

Su biógrafo Molina Morillo afirma que su muerte le evitó a Santana un proceso penal que añadiría más infamia a su deshonra.

Pero lo que crea cualquiera o arguyan los santanistas tiene fácil solución: un peritaje a los restos del marqués de Las Carreras podría determinar si hubo o no un tósigo con el cual se suicidó. En fin: “pro veritate in historia et benignitate in memoria”.