En las crisis, el primer punto de enfoque es superarlas y para eso no hay que escatimar recursos, pues se trata de sobrevivir para recomenzar, retomar el camino y tratar de llegar, aunque tome tiempo, al punto en que nos encontró la debacle, buscando nuevas metas que lleven a un posicionamiento superior con su debido blindaje.
El temor suele condicionar la toma de decisiones, quemar la nave casi nunca se ve como sensato para levantarse, pero lo cierto es que jugárselas es siempre la mejor opción, aunque terminemos debilitados. Más vale perro vivo que león muerto, dice Eclesiastés. El primero tiene oportunidad de construir, mientras el segundo solo funde su fiereza en la nada.
Covid-19, un fenómeno inédito y sorprendetemente expansivo, postrará a la economía mundial y dejará malherida en el pavimento a la que ha sido la estrella del crecimiento en América Latina: República Dominicana, con sus principales sectores generadores de divisas totalmente deprimidos y otros indicadores colateralmente arrastrados.
Nos llega este indeseable ventarrón sanitario cuando no podemos estar más endeudados, con un agotamiento del ciclo económico, de las posibilidades de cumplir las metas presupuestarias de recaudación sin reforma fiscal y, por demás, renuentes a asumir el mandato de la Estrategia Nacional de Desarrollo en esa materia.
En función de que el daño será irremediablemente grande, el conservadurismo para tomar decisiones es lo peor, especialmente en materia financiera. Hay que salir “con todos los hierros” a buscar recursos, no barajar mucho la posibilidad de acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) -para lo cual no se requiere acuerdo stand by-.
Pero tampoco dudar en trasladar todos los recursos ociosos posibles de ciertas instancias públicas hacia nuestra causa principal: luchar contra el virus, dotando a Salud Pública de un buen colchón de recursos, compensar el paro, la pérdida de empleos, asistir a las mipyme, proteger a los más vulnerables, previniendo desde ahora un probable colapso social.
Vamos a levantarnos. La vida no tiene precio. Gastemos lo que sea necesario y luego vemos cómo nos ponemos de acuerdo para reorganizarnos y pagar entre todos el costo. La coyuntura no es, aunque estemos en transición política, para paños tibios ni medias tintas.
El otro aspecto importante de una crisis como esta, es la creación de patrones de aprendizaje. El próximo gobierno -que será de reconstrucción nacional, de gestión de crisis, de administración de escasez, debe -además de contar con fuertes habilidades gerenciales- sembrar la cultura reformadora, de planificación, ahorro y eficiencia. Covid-19 no es el último azote de la naturaleza.