Cosas coreanas

Cosas coreanas

Cosas coreanas

Federico Alberto Cuello

Durante el período colonial de 1910-45 desapareció la cobertura boscosa coreana. Para reforestar el país, en 1962 el gobierno creó el movimiento “Semaul Udong”.

Desde entonces las comunidades locales resuelven sus propios problemas. Nada de esperar que venga el gobierno a recoger o a reparar desperfectos. Quizás por ello no se ve ni un papelito en calle alguna.

El movimiento es hoy un fenómeno internacional, que opera hasta en RD, celebrando reuniones anuales con la participación del presidente de Corea y la amenización de los mejores músicos.

La reforestación se hizo con tal tino que cada estación del año es como una canción perfumada de colores en parques, bosques y cada vez más calles y avenidas.

Todos hablan de los merecidos triunfos coreanos en el cine y la música, de sus carros, cosméticos y electrónicos y de la belleza de su gente.

Nadie cuenta, sin embargo, sobre las cosas que se ven –y de las que no se ven– en este admirable país.
Tanto las viviendas como las oficinas tienen sistemas contra incendios y extinguidores permanentemente disponibles en los pasillos.

Todo edificio, estación de metro o parqueo tiene baños impecables, de libre acceso en todo momento.
Los parqueos son automáticos. Registran por cámara la placa del carro que llega, sin expedir ticket alguno. A la salida otra cámara identifica la placa. Una pantalla dice el monto a pagar y ahí mismo un lector de tarjeta de crédito permite hacer el saldo.

Dentro del parqueo hay sirenas y luces que avisan al que baja si alguien sube por las rampas – y viceversa – evitando choques y rozaduras.

Hablando de rampas, todas las esquinas tienen una para las sillas de ruedas – aunque no se vean muchas circulando.

La luz verde en los semáforos timbra y vibra, acelerándose en amarillo y deteniéndose en rojo, facilitando la circulación de ciegos y sordos.

Las aceras de las avenidas principales tienen surcos en el piso para que los invidentes sepan por dónde caminar – aunque hasta ahora no haya visto alguno caminando.

Las principales estaciones de metro y todas las de tren son accesibles a cualquier discapacitado.
Los coreanos evitan tomar el sol. Tener la tez bronceada es señal de trabajo al aire libre, propio de personas pertenecientes a lo que en épocas pasadas se consideraban “castas inferiores”.

Aunque ya no haya castas, tanto agricultores como senderistas y trabajadores comunitarios se protegen casi totalmente con máscaras, ropas y sombreros preparados para bloquear los rayos ultravioleta. Hasta con ropa se bañan en playas y piscinas.

Ambos sexos tienen así un culto a la belleza, sustentado por numerosas líneas de cosméticos –con ofertas para todos los gustos y presupuestos– incluyendo productos blanqueadores altamente demandados.

Este culto ha generado su propia cadena de valor –formal e informal– alrededor de las cirugías plásticas, convirtiéndose en un renglón importante de las exportaciones de servicios médicos.

No son pocos los que pasan sus rostros varias veces por el bisturí a lo largo de sus vidas.
Curiosa cosa coreana es ver cómo el perfeccionismo que sacó a este país de las cenizas de la guerra se ha extendido a la apariencia personal.



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