La presente entrega no pretende ser una rendición de cuentas exhaustiva y mucho menos un resumen día por día de lo acontecido en Belem, Brasil, del 10 al 22 de noviembre recién finalizado, sino una visión distinta sobre el proceso y el resultado de la COP30, relacionado a las negociaciones en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que una vez más, es utilizado como “campo de batalla” por el Norte Global y escenario ambiental de la geopolítica energética internacional.
Acudimos a la COP30 de Belem, Brasil, como militante climático y convencido que solo mediante el diálogo franco y la solución pacífica de controversias a través de la negociación multilateral es posible solucionar los grandes problemas globales de la humanidad, como es el calentamiento global y el cambio climático.

Conscientes que eventos similares anteriores se celebraron en países productores de petróleo, como Emiratos Árabes Unidos – COP28-, Azerbaiyán -COP29- y Brasil COP30, esto supondría que la “eliminación gradual de los combustibles fósiles” y su hoja de ruta sería el tema central de debate y disputa entre países en vías de desarrollo y desarrollados, sin embargo, advertidos que los países del sur global tienen, entre otros temas, como prioritario la eliminación de los fósiles, los países productores de petróleo asumieron como estrategia colocar “cabilderos” de la industria fósil en una relación de uno por cada 25 negociadores, y se salieron con la suya; por ejemplo, impidieron que se incluyera un lenguaje explícito sobre la eliminación gradual tanto en la decisión como en el programa de trabajo de mitigación, resultando en un “Esfuerzo Global de Transporte”, el cual no es un resultado negociado en sí, más bien, es un compromiso voluntario, creado como un punto de referencia direccional más que un plan prescriptivo.
Además, y a sabiendas que el 2025 se cumplen 10 años de la adopción del Acuerdo de París, que se basa en los principios y disposiciones del convenio, en la equidad y en las responsabilidades comunes, pero diferenciadas y las capacidades respectivas. Y se ha dedicado una década a negociar desde 2015 sobre cómo abordar el cambio climático; es importante preguntarse en qué medida estas negociaciones se traducirían en acciones concretas y tangibles.
Esta COP30 no fue solo una reunión internacional más, fue un llamado a la acción transformadora, un espacio para demostrar que América Latina y el Caribe como región puede liderar con soluciones innovadoras y justas, y un recordatorio de que la protección de la Amazonía fue y sigue siendo la defensa de nuestra casa común.
En la primera etapa del proceso de negociación, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva convocó a la reunión de líderes para el 6 y 7 de noviembre, con representantes de 143 países, incluyendo a 57 jefes de Estado y de gobierno a nivel global y solo 3 líderes latinoamericanos (Chile, Colombia y Honduras) , teniendo una de las más bajas presencia de jefes de Estado y de gobiernos y destacándose la ausencia de los dignatarios de los países grandes emisores del planeta como China, Estados Unidos, India y Rusia, desarrollándose la cumbre en un contexto marcado por crecientes tensiones geopolíticas y un franco debilitamiento del multilateralismo.
Por consiguiente, como fiel defensor y practicante del internacionalismo, convencido del aporte del derecho ambiental internacional y las relaciones internacionales cuyo accionar, en los últimos 80 años, le ha reportado a la humanidad los mayores avances del desarrollo científico-tecnológico jamás experimentado en período histórico alguno y, sobre todo, propulsora de la paz más duradera anhelada por la sociedad global que, y desde 1945 aspiraba a un estadio civilizatorio de prosperidad para la comunidad internacional en su conjunto.
Si embargo, nuestra realidad es que el cambio climático antropogénico avanza de acuerdo a lo previsto en los peores escenarios imaginados por la ciencia climática, y la mayoría de los países latinoamericanos presentes esperaron a que “los países desarrollados” se ocupen de los resultados de la COP30, demostrando que el régimen climático no es inmune a la lógica de suma cero que ha predominado en el orden internacional.
No fue suficiente con el reporte del IPCC y el reporte publicado por la Mauna Loa Observatory, Hawaii (NOAA marzo, 2025) confirmando las previsiones largamente anunciadas respecto del cambio climático. Desde 1997 se han sucedido 27 de los 28 años más cálidos en el planeta y 2025 fue el último en superar todos los récords con 427.09 ppm de CO2 en la atmósfera, siendo la mayor emisión en los últimos 145 años de los que se mantienen los registros alcanzando récords históricos.
Paralelamente, la fuerza del Acuerdo de París radica en el respeto al protagonismo de cada país a la hora de definir sus propias metas, a la luz de sus capacidades nacionales. Tras una década, se ha convertido en el reflejo de las mayores cualidades y limitaciones de la acción multilateral. Gracias a este acuerdo, hemos logrado evitar los pronósticos que preveían un aumento de hasta cinco grados en la temperatura media global para finales de siglo.
Hemos demostrado que la movilización colectiva genera más y mejores resultados. No obstante, en un panorama de inseguridad y desconfianza mutua, los intereses egoístas inmediatos prevalecen sobre el bien común a largo plazo.
Según la Hoja de Ruta de Bakú a Belém, las pérdidas humanas y materiales han sido drásticas, examinamos rápidamente el resultado del huracán Melissa en el Caribe, con 75 fallecidos y un impacto económico en pérdidas totales en la región, estimadas en casi 52 mil millones de dólares considerando infraestructuras y producción agrícola.
En ese escenario, la inacción política y el negacionismo climático de algunos países de continente es cada vez más incomprensible. El argumento de que hay “otros” más responsables ya no se sostiene. No por falso, sino porque conduce a una estrategia errada. Intentar forzar a los grandes contaminadores a asumir compromisos mayores, hasta ahora solo nos ha dejado ante callejones sin salida.
Ya ha sido más que demostrado que las inversiones en mitigación son mucho más rentables que los futuros gastos en reparación de daños y el petróleo no está previsto en la ecuación, sobre esta base los países latinoamericanos podrían cambiar la estrategia y apostar a que ambiciosas contribuciones nacionales determinadas sacudan un poco la modorra de las negociaciones y habiliten un acuerdo más ambicioso para el bienestar de la sociedad global y el planeta.