Convivir con los desastres

Convivir con los desastres

Convivir con los desastres

Altagracia Suriel

Ya no podemos vivir ajenos a la vulnerabilidad que representan los terremotos, huracanes o fenómenos que por su dimensión ponen en peligro las vidas y los recursos materiales.

Hay quienes piensan que es castigo de Dios. James Lovelock cree que es la venganza de la tierra. Lo cierto es que el daño al medio ambiente está obligando a la humanidad a enfrentar sus consecuencias de forma inexorable y dramática.

Algunos científicos afirman que la magnitud de los terremotos y huracanes se incrementará con el calentamiento global.

Ya lo sabemos en el Caribe con las experiencias de “Irma” y “María”. Exagerados o no, los efectos del cambio climático nos están pasando factura en pérdidas inimaginables que ponen en peligro el avance del desarrollo sostenible.

Aunque el Objetivo de Desarrollo del Milenio 13 hace un llamado a adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos, los países ricos y muchas empresas siguen contaminando hasta más no poder. Estados Unidos, incluso, se retiró del Acuerdo de París sobre cambio climático.

Hay quien hasta se alegra de la ocurrencia de los desastres, porque incrementan las demandas del mercado en alimentos y materiales de reparación. Ya lo vimos en los días previos a Irma. Los supermercados se volvieron inaccesibles y el ‘playwood’ no aparecía ni en los centros espiritistas.

Hay una lección moral vergonzosa en la depredación de los recursos naturales: los platos rotos de los ricos los están pagando los más pobres y vulnerables. Sí, los desheredados que no pueden protegerse, los que se amparan en la Providencia Divina y que el único activo que tienen que defender es su propia vida.

Y sí, hay que pedir Misericordia a Dios en los parques y en todos lados para que no nos azoten los huracanes y no nos barran como a Barbuda.

El Altísimo nos librará de unos pero no de todos, por eso tenemos que fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos asociados al clima. Y, más que todo, cambiar si no queremos perecer. Sí, cambiar nuestros hábitos y cuidar el planeta.



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