Cada vez que me encuentro con el poeta Miguel Antonio Jiménez siento caer en un viaje que me lleva directo al centro de la teoría de la literatura y de las artes, que es de donde parece haber surgido este extraño hombre, muy parecido a las circunstancias vividas por poetas como Miguel Hernández, Octavio Paz, Rimbaud, por sólo citar algunos.
Los géneros literarios tienen la virtud de construir lo bello, lo útil y lo compuesto; de niño soñé con cultivar la creación literaria, pero el destino me ha llevado a juzgar lo creado; en cuanto a los géneros poéticos, que expresan esencialmente la belleza, los sentimientos humanos, merecen la admiración de todos nosotros.
Y, particularmente, en el caso de Miguel Antonio, que como todos saben, es el director del Taller Literario César Vallejo.
Él ha escrito una poesía pletórica de sensibilidad, de dolor humano y energía, en una caterva de interminables versos, convertidos en libros.
Lo he visitado en su morada, para hablar de la poesía, y la conversación que me ha servido ha sido sobre la elegía, la oda.
Y me dijo: “La oda toma cuerpo en el sentido de la expresividad de la forma y en la actitud reflexiva del poeta. La oda marca la historia de la humanidad y en la elegía completa sus dominios y sus demonios”.
Citó como ejemplo de sus cultivadores a John Keats en su Oda a un Ruiseñor, a Federico García Lorca en Oda a Salvador Dalí y Manuel del Cabral en Oda al Negro Colá, Carta a Compadre Mon y Oda al Hombre Que Viene, Juan Sánchez Lamouth en Sinfonía Vegetal a Juan Pablo Duarte y a Pablo Neruda en sus Odas Elementales.
Si hay algo que reclamar en un poeta es su vocabulario, y Miguel Antonio es un creador literario imaginativo: “La oda pronuncia un sonido en la armonía de la imagen. La oda es amplia, pero es síntesis de un momento creador donde enuncia un universo pensante.
La oda es de las mejores formas expresivas de la preceptiva literaria. La oda asume un lenguaje donde la poesía libera y ejerce su función nutritiva de la existencia humana”.
El nervio principal de la poesía es la sensibilidad ante los problemas del mundo; en sus palabras, sería “la oda en la poesía es una necesidad para nuestro dolor, para nuestra convivencia”, y, en boca de Miguel Hernández, “no hay extensión más grande que mi herida”.
Al otear como sería la poesía, especialmente para la juventud, arguyó: “A la juventud pensante y estudiosa, les pido que asuman un hábito de lectura que cada día los vaya orientando hacia un universo más ancho, hacia una vida más plena, porque la lectura depura y define la creatividad del poeta.
Esta juventud, en los poetas que comienzan, debe leer poemas, novelas, cuentos, ensayos, obras filosóficas.
Debe nutrirse de un universo mayor para marcar en sus creaciones una respiración vital y descubrir en sus lecturas que vale la pena vivir”.