Si no es la única, es una de las pocas veces que un diálogo entre los dirigentes haitianos y dominicanos haya tenido tantas controversias en la historia. Nos referimos a las reacciones en ambos lados de la isla, relativas a la reunión pautada para este 7 de enero en Ouanaminthe, Haití.
En el oeste, donde el papel del gobierno ante la sentencia de desnacionalización 168/13 del Tribunal Constitucional dominicano ha sido evaluado de manera satisfactoria, por considerar que la mayoría de los afectados son miembros de su diáspora, muchos se preguntan ¿Por qué evitar poner formalmente en agenda el tema causante del grave malestar actual entre las dos partes?
Otros entienden que fue un error reducir a un nivel bilateral un problema de orden multilateral, debido a las violaciones de convenciones internacionales contenidas en la sentencia.
Igualmente, se ha señalado el atropello institucional, al designar en los dos países, comisiones ad hoc sobre temas que son de la competencia de la Comisión Mixta Bilateral creada en el año 1996, en momentos que ésta se encuentra totalmente marginalizada del manejo de importantes asuntos interestatales.
En la República Dominicana las críticas han llovido sobre diversos aspectos. El lugar escogido, las instalaciones del Grupo M en la citada ciudad haitiana; la seguridad de los comisionados dominicanos; las recientes declaraciones de los presidentes cubano y venezolano respecto a su apoyo solidario a Haití; la participación de la CARICOM debido a la postura de su presidenta sobre el Tribunal Constitucional; la supuesta trampa en la cual caería el gobierno dominicano por la sagacidad diplomática haitiana.
Algunos responsables políticos aliados del gobierno dominicano han llamado al presidente Danilo Medina a desistir del diálogo. Mientras, la línea de algunos editorialistas y articulistas del sector conservador, que han apoyado la desnacionalización de sus propios compatriotas, es de apostar al fracaso del encuentro.
Ese compromiso, es el fruto de discusiones entre los dos Jefes de Estado al margen de la última reunión de Petrocaribe. A raíz de las repercusiones de la sentencia, previstas por demás, desde el fallo, por las magistradas disidentes, los embajadores en Santo Domingo y Puerto Príncipe fueron llamados a consultas por sus gobiernos antes de darse una ruptura de la comunicación entre las partes.
Esas rondas de conversaciones directas, motivadas por Venezuela, permitieron a ambos presidentes esclarecer algunos malentendidos surgidos desde las vedas en cascada por el gobierno haitiano, de productos dominicanos. El motivo sanitario esgrimido en esa ocasión mal sirvió de pretexto para legítimas preocupaciones con relación al contrabando fronterizo. Caldeó el ambiente en territorio dominicano.
Las partes acordaron libremente la creación de sendas comisiones, pusieron fecha, decidieron el lugar, convinieron de la agenda de la cita, conscientes de que más allá de las situaciones coyunturales hay problemas estructurales que enfrentar, los cuales erosionaron la confianza mutua en los últimos años.
Pese a existir una amplia documentación sobre los intercambios binacionales, con estudios que deberían transformarse en políticas públicas, en el sector oficial no se han preocupado o no han tenido la voluntad política en dar lugar a una nueva visión de las relaciones dominico haitianas.
La interdependencia entre nuestros dos países es una realidad que se niegan a aceptar aquellos que en tiempos de globalización siguen poniendo barreras a todo lo que viene del otro lado.
En la República Dominicana, algunos, desde esferas de poder, se sienten cómodos en una zona de confort político con la tolerancia del anti haitianismo vinculado esencialmente a los flujos migratorios. La ambigüedad oficial que se desprende de ahí tiene consecuencias en las relaciones con la diáspora haitiana local y con el gobierno de turno en el oeste. También opaca la ayuda dominicana a Haití.
Desde el Oeste, hay quejas por la supuesta invasión de productos dominicanos, sin aún tener la capacidad de suplir el mercado interno creando trabas administrativas, ocasionalmente inapropiadas, que son reciprocadas sobre los pocos productos que se exportan hacia territorio dominicano. Situaciones que se prestan, junto a las frecuentes denuncias mediáticas de violaciones de los derechos de ciudadanos haitianos, incluso de comerciantes transfronterizos, para reacciones anti dominicanas en Haití.
Los de arriba, constituyen dos temas mayormente conflictivos de la agenda bilateral sobre los cuales la Comisión Mixta ha fracasado en lograr acuerdos globales permanentes.
Sin embargo, en el campo comercial no hemos tenido dificultades por ante organismos internacionales. En lo migratorio sí. Las mismas han sido desde los años ’80, con ese primer informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), erróneamente minimizadas y cobijadas bajo el manto de la soberanía nacional.
En el caso que nos ocupa, hace tres meses, el toparse con la realidad del amplio rechazo internacional tal el apartheid sudafricano o el genocidio nazi, ha sido chocante para muchos.
En este contexto, todos los actores están conscientes qué motivó la reunión. De hecho, el mandatario dominicano hizo importantes consultas previo al diálogo. Tanto con el Comité dominicano de solidaridad con los desnacionalizados como con representantes de sectores que han sido radicales en su apoyo a la tristemente famosa decisión judicial.
No se descarta que el tema sea tocado. En caso contrario, la presencia de los observadores internacionales no tiene sentido. Se entiende que podría ser el escenario idóneo para algún anuncio contundente de parte del gobierno dominicano. O por lo menos, allanar el camino para una salida honrosa bajo cualquier nombre «alternativa humanitaria» o «ley especial».
En 1874 y en 1929 los dirigentes de ambos países firmaron tratados de «paz y amistad». En esos tiempos la formulación de estilo para iniciar los documentos oficiales dominicanos rezaba «A nombre de la Santísima Trinidad» o «En el Nombre de Dios Todopoderoso». En uno de los considerandos se llegó a subrayar que el documento en cuestión se firmaba de acuerdo «con los deberes cristianos de una y otra nación».
¡Que ese mismo espíritu guíe los Altos dirigentes y los comisionados haitianos y dominicanos de Ouanaminthe para superar las controversias del diálogo y los problemas reales de la agenda bilateral!