Un querido amigo elogió la inteligencia del eterno aspirante Leonel Fernández tras este disertar en Nueva York recientemente.
Sería mezquino negar la erudición del expresidente o el balance generalmente positivo de sus tres períodos.
Al oírme decir esto, contertulios corearon “¡zafa!” Y eso fue lo menos que dijeron… Contrastaron el vergonzoso apoyo de Leonel a Chávez, Maduro y otros autócratas antidemocráticos, con la defensa de Abinader de la legalidad democrática en Venezuela.
También compararon los resultados de uno y otro en el combate al narcotráfico. Como si fuese un focus group, un relator concluyó en latín: “intelligentia sine honestate flagellum est”.
El severo juicio, corriente desde tiempos romanos y apropiado por Bolívar, me hizo meditar sobre ambos necesarios atributos -inteligencia y honestidad- para presidir este país pequeño lleno de enormes problemas.
Saber mucho y mucha inteligencia, sin brújula moral ni criterio ético, llevan a toda clase de corrupciones y daños sociales. La virtud es la rectitud del carácter que propende a actuar correctamente, no sólo el “del aquel” de Santana.
Los romanos y Bolívar acertaron al juzgar que un habilidoso deshonesto es un peligro político. Sin fundamentos morales y éticos, mucha inteligencia es terrible. Hemos tenido gobernantes sabios pero estigmatizados como brutos; en otro extremo Balaguer, genial y amoral.
La inteligencia se pulimenta con aprendizaje académico y pensamiento lógico. La sabiduría necesita experiencia, no sólo teorías de aula. Raras veces coexisten en una misma persona.
En las actuales circunstancias, los dominicanos somos afortunados de tener a un presidente inteligente y admirado internacionalmente. Ante los escándalos de corrupción y el acoso mediático de la oposición, Luis podrá demostrar cuán honesto es y su compromiso con la virtud, como valor superior a la viveza.