Por lo que parece, nuestros artículos sobre la condena al genocidio infligido por Israel a Palestina han llenado su cometido. Hay quienes ya empiezan a respirar por sus heridas; a otros, hasta urticaria les ha dado, a juzgar por el tono de sus agresiones verbales enviadas a nuestro correo privado.
Resulta que los sionistas han comprobado que esa visión hierática y compacta que se tenía sobre Israel ha empezado a cambiar, máxime a partir de sus rituales de sangre continuos en un pueblo indefenso como Palestina.
Una vez más, no nos interesa discurrir sobre los orígenes del conflicto, sino enfocarlo desde un punto de visto humano, desde la posición de las miles de víctimas inocentes que se ha cobrado el pueblo de Dios a partir de 1948 en adelante en territorio palestino. Desde 1987, ya tiene en su haber una lista de 1,500 niños palestinos muertos.
Vale destacar que es el mismo Israel que creó a Hamás para causarle problemas al finado líder Yasser Arafat, cuyo objetivo final era su eliminación física. Ahora el grupo armado se ha revertido en su contra, razón por la que se le combate. Que esta vez se le satanice, es otra historia.
El cliché que reza que Israel tiene derecho a defenderse de las agresiones de los países que lo rodean ha resistido la prueba del tiempo. Es un cuento que se remonta a tiempos inmemoriales.
El presidente Obama lo único que ha hecho es retomarlo. En esta ocasión hay todo un manejo colonialista del conflicto, de la misma suerte que hay todo un tratamiento colonialista del plan de regularización de los millones de haitianos y de otros pocos extranjeros en situación irregular en nuestro territorio, no importa si ello implica llevarse de paso el ser nacional dominicano.
No nos hemos inventado nada sobre Israel, su matanza de palestinos y el despojo de sus tierras de los que no estén llenas las páginas de la Internet, aunque sí la visión humanista que le hemos dado al enfrentamiento.
No vemos porqué tenga que escandalizar que lo diga un “negrito comecoco” y un “intocable” desde un archipiélago -este, con toda la tecnología de la información a sus pies—, “perdido” por el mundo.
Otro cuento que raya en lo jocoso es el que afirma que si no destruimos a Hamás todo Occidente sufrirá las consecuencias. Nos parece que tamaño juicio es un tanto arriesgado, y manipulador. ¿Cómo se puede demostrar una idea tan peregrina como esa?
La presencia del expresidente iraní Ahmadineyad y sus llantos en el sepelio de Chávez; el respaldo moral y económico que ha recibido Mahmud Abás de Maduro en Venezuela; el apoyo de jóvenes del Reino Unido, Bélgica, Holanda y otros países occidentales al yihadismo; la acogida de Mujica a los cien niños refugiados sirios en Uruguay para que otros países occidentales le imiten; el abierto rechazo del presidente Correa a las agresiones de Israel a Palestina; la conmoción que experimentó el papa Francisco ante los mensajes de los niños en campos de refugiados palestinos, y demás, pueden echar por tierra esa imagen estereotipada que nos hemos formado del Otro encarnada en Oriente.
Hay que leerse el ensayo “Orientalismo”, de Edward Said, para darnos cuenta de la dimensión de nuestros falsos prejuicios sobre ese hemisferio.
Si José Bogaert ha tenido la lucidez de reconocer que Israel tiene derecho a defenderse -por lo que estamos de acuerdo-, ¿cómo es que en su agudeza de ingenio entonces queda corta en reconocerle igual derecho a Palestina cuando se le arrebata su territorio? Si la muerte de los tres jóvenes israelíes, y también de uno palestino –un dato que no menciona- por parte de extremistas fue el detonante del conflicto, ¿qué tiene que decir de los miles y miles de palestinos que han caído en Gaza y Cisjordania? ¿Es porque aquellos son gentes, y estos no?
¿O acaso es porque a estos desdichados les toca la suerte de ser los parias de la película? El mismo patrón de cientos de palestinos muertos a razón de uno, dos o tres israelíes, es pan nuestro en esa convulsa región del planeta.
No cerramos filas en torno a los que apuestan a la desaparición de Israel, como tampoco cerramos filas alrededor de la desaparición del Estado palestino ni de ningún otro Estado del mundo por razones ideológicas, una aberración que debe ser evitada a toda costa para la salud de la paz mundial.
Si se nos despoja de algo que nos pertenece, lo más normal es que reaccionemos en consecuencia, so pena de que se nos asesine y se nos reprima sin contemplaciones.
De nuestra parte, damos por terminada esta polémica; hay una variedad de otros temas en carpeta por desarrollar, si es que Zeus y el Dr. Molina Morillo, en su amabilidad y sapiencia, me lo permiten.