Cónsul de EU pidió comerciar restos de Colón

Cónsul de EU pidió comerciar restos de Colón

Cónsul de EU pidió comerciar restos de Colón

Las personas desconocedoras de los hechos históricos no tienen en su imaginación la capacidad abusiva que los gobiernos norteamericanos han efectuado en contra de esta pequeña nación, pero grande en dignidad.

No solamente nos referimos a las descaradas intervenciones militares de los años 1916 y 1965, las presiones políticas y financieras que han tenido que soportar nuestros gobernantes desde el mismo momento del nacimiento de nuestra república, sino de una cantidad de eventos increíbles que han sido capaces de efectuar algunos de sus ciudadanos desconocedores de los más elementales principios éticos y patrióticos de nuestro pueblo.

A los inicios de la república, a un ciudadano norteamericano se le ocurrió llegar a la pequeña isla de Alto Velo, al sur de la isla Beata de nuestro territorio y erigirse en señor propietario del mencionado islote en nombre de la nación norteamericana.

Alto Velo, era reconocida como una zona altamente rica en guano (excrementos dejados por los millones de aves marinas y murciélagos), material este importantísimo para ser utilizado como abono orgánico en la agricultura y de gran demanda en la época.

Este triste personaje obviamente contaba con el apoyo del gobierno norteamericano y hacía una labor piratesca. El presidente Pedro Santana, al enterarse de este evento, envió inmediatamente varias embarcaciones militares y desalojó al intruso. Podríamos narrar múltiples episodios como este pero vamos al que nos ocupa.

El 25 de abril de 1888, once años después de la aparición de los restos del Almirante Cristóbal Colón en la Catedral Primada de América, y por la cantidad de controversias surgidas por tan trascendental episodio, el ciudadano norteamericano H.M. Linnell a través de su cónsul escribió al Ministro de Interior de la República Dominicana la increíble misiva.

“Siendo requerido del señor H.M. Linnel, ciudadano de los Estados Unidos de América, para peticionar al Gobierno de la República Dominicana el privilegio de exhibir los restos del inmortal Colón en los Estados Unidos.

El interés del pueblo americano, en la historia de este grande e inmortal descubridor es tan intenso, que la presencia de sus verdaderos restos en las principales ciudades de los Estados Unidos revolucionará las curiosidades públicas y será a su vez un medio invaluable de propaganda en favor de la República Dominicana; produciendo grandes recursos al Tesoro de la nación el producto de esta exhibición”.

La carta decía que el señor Linnel haría un contrato con el gobierno dominicano y que el producto de la exhibición sería 50 % para él y 50 % para el gobierno.

Además se comprometía a pagar los gastos de traslado y devolver los “restos sin daños” y el importe nunca sería menor de US$20,000.00.

La carta es más extensa, pero por razones de espacio debemos terminar aquí, a sabiendas de que el lector ya debe estar bien edificado de la misma.

La respuesta del general Wenceslao Figuereo, ministro del Interior, es una de las cartas más valientes, honorables y patrióticas jamás escritas por funcionario alguno. Por lo extensa solamente vamos a escribir algunos párrafos que de seguro llenarán de orgullo a todo dominicano.

“Señor cónsul de los Estados Unidos de América del Norte.

Señor Cónsul: Obra en este Ministerio la nota impresa que en inglés y castellano se sirvió usted dirigir en fecha 27 próximo pasado mes, exponiendo en ella la solicitud del señor H.M. Linnel, tendiente a que el gobierno de la República Dominicana celebre con él un contrato por el cual se le permita la traslación de los venerables restos del Almirante Colón a los Estados Unidos, escoltados por una guardia de ocho soldados dominicanos, y, acompañados de cuatro sacerdotes, subvencionados allá durante cuatro años, con el sueldo que mi gobierno les asignará, pero sujeto los unos y los otros al control del solicitante.

Como el objeto del empresario es, según su afirmación, el recorrer las principales ciudades de la unión, exhibiendo por dinero las reliquias del Descubridor del Nuevo Mundo, ofrece como indemnización un cincuenta por ciento de las ganancias, que asegura no bajarían de veinte mil dólares anuales.

Bastante asombro, señor cónsul, ha causado en mi ánimo la lectura de los conceptos dirigidos por usted al gobierno bajo la forma oficial y solo puedo explicarme la cauda que lo haya obligado a suscribir aquellos conceptos porque usted creería hallarse comprometido a dar cuenta de la solicitud de uno de sus nacionales, pues de otro modo, convencido debe estar usted de que existe un número de cosas que se hallan fuera del comercio de los hombres y no es posible que se juzgue lícita una profanación tan insólita, y que, exornada con ese cúmulo de incidentes teatrales, hubiera de constituirla no sé si más original que delincuente.

No, señor cónsul, el gobierno a que tengo la honra de pertenecer se respeta lo bastante para no dar al mundo civilizado el repugnante espectáculo de tamaña sinomía.

Él quisiera poder presentar a la contemplación respetuosa de todas las naciones, los despojos mortales de esa gran figura histórica, pero gratuitamente y revisando en el inocente orgullo de que los posee por efecto de su última voluntad; siendo esto posible, jamás los removería de la urna en que yacen, y menos consentiría que se conviertan en objeto de un tráfico que llevaría consigo al último descendiente de los hijos de este suelo”.



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