Constante de Avogadro

Constante de Avogadro

Constante de Avogadro

Todo lo que existe y una parte inconmensurable de lo que no existe —que incluye el amplio y fascinante campo de la ficción—, cuenta con las palabras necesarias para una referencia, un toque de Midas al intelecto, un rodeo que elude los intrincados laberintos de la Torre de Babel.

La maravilla de todas las inimaginables maravillas. Independientemente de todas las maravillas naturales… la madre naturaleza que nos sorprende con tesoros que abruman de manera intensa la mirada.  Y qué ocurre, que también existe una palabra para definir el límite de la satisfacción humana y la urgencia de sus fundamentos estéticos, infinitos e ilimitados.

El voluble reino de las fronteras. Cuando solo existe un muro de contención para las palabras, se llega a ese límite; y donde lo expresivo se vuelve leve y pierde campo. O no hay un orden para la definición de ese campo. Entonces el camino o la senda hacia las ideas insolubles resulta inviable.

No hay solución.

Y cuando no hay solución, cuando llegamos a ese tope que colinda con lo excelso, ese insalvable impedimento para definir un cúmulo de inextricables emociones, tenemos a flor de labios la palabra.

Y le llamamos inefable… Algo tan increíble que no hay forma de hallar una palabra precisa, única o asociada a otras, formando una frase de luz e imaginación que pueda expresarlo de manera correcta y justa.

Y así, la magia indisoluble y el espíritu esencial e infinito de esta palabra hace su trabajo y le concede una existencia sublime, impresionante, de elevación extraordinaria, a lo que, definitivamente, nació sin existencia.

El universo está poblado de esencias elementales que nadan en el mar de la levedad. Hay detalles, a veces invisibles. O que atrapa la mirada sin reparo. Y  son detalles que nos desbordan a diario. Escritores, poetas, artistas plásticos, fotógrafos que tienen en el ojo una lanza. Arquitectos, incluso, ya en otro mundo, son artífices de cuanto podemos ver y solo ver. Y se queda intacto, sin alterar su inmensidad de ser útil y abstracto. Duplicidad sublime en su íntegra existencia, porque solo una palabra define lo inmarcesible que concentra lo inefable y que invade nuestros oídos o queda como un paisaje ante nuestros ojos.

No hay que mencionar nombres. Los nombres solo sirven como referencia ante la magnitud de las obras que se hacen hoy y hereda la humanidad traducida en una multitud de ojos que servirán de relevo. Aplausos y miradas. Oídos y verbo. A eso se resume el pasado que nos deja el tesoro que, a la vez, dejaremos intacto para el futuro que vendrá convertido en presente.

La herencia. Tesoros que se aprecian con un gozo indescriptible, pero vívido. Un gozo que se crece en sí mismo; y de tal manera que la ausencia de palabras se convierte en una alegría que está en contra de un tímido regocijo. Por encima de los dolores humanos, la desesperanza y los sufrimientos. Por encima, incluso de los anhelos y la furia, la serenidad, la tranquilidad, el sosiego, la calma, la moderación y la entereza.

El pensamiento, igual que lo sublime o lo inefable, no pesa. No hay forma de almacenar fuera de la mente nada tan leve o volátil y de semejante naturaleza.

No es táctil o audible el gramo de sublimidad que tiene La sagrada familia, las alturas del Machu Picchu, un amanecer a bordo de una góndola en el canal de Venecia.

¿Quién dijo que la sublimidad se mide en gramos, Newton o quizá en Dalton o Bowles? Nada que ver con la constante de Faraday o la fórmula de Planck. Y después de la ley de Gay-Lussac, ¿en qué grado de sublimidad queda la constante de Avogadro que cuenta con un valor exacto definido, de acuerdo a la notación científica? ¿Sublime o inefable? Mil veces inefable. Sin duda fundamental, sobre todo para entender la composición de las moléculas del átomo y la infinita variedad de sus interacciones y alucinantes combinaciones.

El terciopelo en la sonrisa de un niño, la dulzura de un adiós en la estación del tren, la llamarada en el corazón por un beso correspondido. Y más allá, las manos que atrapan el último aliento de un amor en pausa.

No responderé si una mujer, desde lo más recóndito de un pueblo de montaña, me envía un mensaje. Y ese mensaje solo dice… Si no soy digna de que me hagas feliz o no sabes hacerlo, tranquilo, que yo te entiendo. No hay nada más inefable que la espera o el desasosiego de la espera, cuando se termina el camino.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.