El pasado martes fue el cumpleaños del presidente Luis Abinader. Ese día, la reunión del Gabinete del Agua, que generalmente dura dos horas, duró más de cuatro.
Terminamos pasadas las nueve de la noche, y ahí no terminaba su jornada. Me recordó a mi padre, que en su cumpleaños era cuando trabajaba más y con más entusiasmo.
En este tiempo participando en reuniones, Consejos de Gobierno en las provincias y otras actividades, me ha sorprendido su capacidad de trabajo, y su habilidad de estar atento a miles de temas (literalmente).
Pero lo que más me ha cautivado de él es su preocupación sincera por mejorar la vida de los dominicanos. Su compromiso con el pueblo se le nota hasta en el brillo de los ojos.
Nuestros vínculos nacieron antes que nosotros mismos, de la mano de nuestros padres. Le tengo un aprecio muy especial pues, por encima de sus actuales funciones, le considero un ser humano noble.
Le han tocado momentos críticos. Asumió un país lleno de problemas, con una institucionalidad precaria, y una cultura política perversa. De forma épica ha ido rebasando las dificultades y encarrilando nuestro país.
A pesar de que el presidente Abinader ha dado cátedra de continuidad de Estado, llevando adelante proyectos pendientes de pasados gobiernos, me preocupa que eso no ocurra con quien venga luego.
Es por eso que considero una necesidad nacional que, acorde la Constitución, se postule para un segundo período y que nuestro país le apoye, para consolidar los cambios y las transformaciones que con tanto amor y determinación está impulsando.
Su familia será la primera en no estar de acuerdo, y yo mismo, como amigo, no se lo aconsejaría. Pero como ciudadano de la República Dominicana no puedo callar lo que considero oportuno para nuestro país.