La ira es una emoción primaria traducida como sentimiento de enfado muy grande y violento que se expresa a través de la irritabilidad.
Como toda emoción, produce cambios en el individuo: fisiológicos (aumento de la tensión arterial y del ritmo cardíaco), emocionales (culpabilidad), conductuales (alzar la voz, agresión física o verbal, autoagresión) y cognitivos (pensamientos, hostilidad interna, sentimientos de venganza).
Esta emoción causa una pérdida de la capacidad de auto monitorearse y observar objetivamente, aunque en ocasiones puede servir como valor funcional para la sobrevivencia. Una persona airada o enfadada no tiene empatía, prudencia ni consideración.
Se puede expresar de manera pasiva a manera de huida, reprimiendo y negando el comportamiento agresivo y de manera agresiva atacando y utilizando la forma verbal o física.
La ira pasiva puede expresarse como desapasionamiento (evitar comentarios), derrotismo, evasividad, autoculpabilidad, manipulación (chantaje emocional) o comportamiento obsesivo. Mientras que la ira agresiva se expresa a través de la destrucción, amenazas, impredecibilidad, grandiosidad (alardear, no escuchar, menospreciar), carácter nocivo (violencia, abuso, castigo a los demás), impredecibilidad (explosiones o ataques por situaciones mínimas).
No necesariamente la ira termina en agresión, pero la puede activar o aumentar su probabilidad o intensidad.
Las emociones no se controlan, por lo que la ira tampoco, lo que se controla es la respuesta. Necesariamente hay que adquirir conciencia para poder racionalizarla.
Identificar qué nos enoja es la primera fase para aprender a evitar la explosión y violencia como consecuencias negativas. Controlar la ira ayuda a mejorar las relaciones sociales y personales y evita muchos inconvenientes.