“Cuando yo salga de esta empresa, no será con una mano alante y otra atrás”.
Con esas o parecidas palabras me contestó, arrogante y descarado, un colega a quien yo había promovido a mejor posición, aunque reclamándole, en cambio, pulcritud y honestidad en su conducta frente al público.
La expresión alude a quienes no tienen ni siquiera prendas de vestir para cubrir su cuerpo, motivo por el cual precisan apelar a sus manos para ocultar sus partes íntimas.
El proclamar –como lo hizo el colega de esta historia- que no saldría de su empleo en esas condiciones, implicaba que, en cambio, saldría rico, aunque fuera incurriendo en indelicadezas y utilizando su condición de periodista para sobornar, mentir o extorsionar.
Han transcurrido muchos años desde entonces para acá. Ciertamente, el sujeto en cuestión hizo fortuna (¡quién sabe a cambio de qué, mas no como un verdadero periodista!), mientras yo sigo luchando a brazo partido para sobrevivir con dignidad y relativas comodidades.
¿Me cambiaría yo por él, a la vista de esos resultados? Definitivamente, no.
Saco esta historia del baúl de mis recuerdos para repetir una verdad de Perogrullo: la corrupción está causando estragos en toda la sociedad dominicana, no solamente en la administración pública.
La corrupción es la madre de muchos de los crímenes y delitos que reseñan los diarios cada día, tales como el narcotráfico, los secuestros, las falsificaciones, los robos en sus distintas facetas.
Se hace necesario un gran esfuerzo colectivo para rescatar la vigencia de los valores éticos en los dominicanos.
Algunas empresas lo hacen aisladamente, pero lo deseable es que se llegue a una concertación amplia de los gigantes de nuestra economía para que financien una súper campaña de concienciación por los principios éticos, antes de que los antivalores nos arropen a todos.
¿Quién abraza esta idea y toma la delantera?