Bajo las negras sombras de la noche, como los bandidos, el gobierno ecuatoriano de Daniel Noboa asaltó a mano armada la embajada de México en Quito y secuestró al exvicepresidente Jorge Glas, quien se encontraba asilado en esa sede diplomática.
En grosero agravio al derecho internacional, al derecho de asilo, a los principios que rigen las relaciones entre los Estados; en agravio a la soberanía y la integridad de un país como México, reconocido por el ejercicio de una diplomacia pulcra y de altura, digna del legado de don Benito Juárez, según el cual: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
El gobierno de Noboa bien pudo negar el salvoconducto al asilado y plantear sus reclamos en las instancias jurídicas reconocidas.
Prefirió la invasión a mano armada a una embajada, cuando ni las peores dictaduras militares del Cono Sur cometieron semejante ultraje. Ni Trujillo, que es mucho decir, en este país que él mantenía en el puño, llegó a tanto.
¿Y cómo que es anda el mundo en estos tiempos? Si este asalto tiene como precedente inmediato la demolición, a punta de misil, por parte de Israel, de la sede diplomática de Irán en Damasco y la muerte bajo los escombros de las personas que estaban en ella.
El Gobierno de Quito debiera recibir un castigo a la altura de los agravios inferidos a México y a la conciencia del mundo, pero si eso no ocurre, al menos, ese gobierno ha quedado desenmascarado, moralmente tachado como delincuente internacional, mientras México se ha crecido.
Comenzando por la digna y valiente actitud de su embajador encargado don Roberto Canseco, que, como él mismo lo dijo, a riesgo de su vida, defendió físicamente la soberanía y el honor de su país, ante la banda armada que cometió el asalto; por la gallardía del presidente Manuel López Obrador, que ha asumido la defensa de México, como corresponde a un jefe de Estado digno de ese nombre.
Mucho le debe el mundo a México, donde encontraron hospitalidad los perseguidos de la República española, los escapados de las garras del fascismo, los poetas ilustres como Neruda, figuras legendarias como Fidel Castro y el Che Guevara, mujeres como Tina Modotti; los exiliados antitrujillistas.
Sin titubeos ni mediatintas, sumo mi voz modesta a las tantas que se han levantado en el mundo, para condenar esta inexcusable fechoría y decir con claridad y franqueza: ¡Con México, su pueblo y su gobierno!