Con la muerte de ese tío, creíamos niño, que ya no te quedaba más familiar que “matar”…

Con la muerte de ese tío, creíamos niño, que ya no te quedaba más familiar que “matar”…

Con la muerte de ese tío, creíamos niño, que ya no te  quedaba más familiar que “matar”…

Si te llega la adolescencia y vives en un pueblo pequeño, con pocas o ninguna posibilidad de empleo, lo cotidiano –casi siempre- es ir al parque de la comunidad a pasar el ocio, sin pensar mucho en lo que te depara la vida en un futuro.

Así nos pasaba con cierta frecuencia a un grupo de jóvenes amigos. Como no teníamos dinero para llevar a las niñas a bailar, nos juntábamos en uno de los bancos del parque a escasa distancia del bar Tamayo, donde acordábamos hacer “un serrucho” para comprar un pote de ron que tomaríamos entre todos.

Cada quien aportaba lo poco que podía. El problema surgía a partir del momento en que había que destapar la botella. Ramoncito, que siempre se ofrecía para ir a comprar el ron, se dispuso a abrir la botella de alcohol para echar un trago al piso.

-El “traguito de la Virgen”, expresó éste al tiempo que lo echaba, como en un ritual propio de los bebedores.

-¡Alto ahí, qué piensa hacer!,-saltó Niño sin mucho titubeo.

-Voy a botar el traguito de la virgen-dijo Ramoncito.

Cómo así, ningún traguito, ninguna virgen, dame ese trago a mí; yo fui que aporté mi cuarto! La virgen no puso un centavo aquí para comprar ron ¿por qué entonces hay que darle el primer trago?-reclamó.

En una oportunidad Ramoncito echó el trago de la virgen antes de que Niño se percatara y reaccionara. Pero éste, en un movimiento vertiginoso, se inclinó reverente en la acera para simular que recogería el ron del suelo porque, según decía:

– El ¨romo¨ no se desperdicia. No me hagan eso de por Dios, no me hagan eso…

Una noche discurríamos tranquilos en medio de conversaciones y chanzas. Nos entreteníamos en un banco del parque frente a la Iglesia Católica. No teníamos dinero para hacer “serrucho” y hablábamos acerca de cuantos temas se nos ocurría con tal de “matar la hora”.

En el país se vivía una situación tensa. Brotaban por doquier reclamos y protestas en contra del gobierno. Los partidos de oposición y organizaciones de izquierda activaban frentes de lucha contra el régimen de 12 años del presidente Joaquín Balaguer y éste respondía acrecentando los mecanismos represivos.

En el momento en que tratábamos sobre este tema se presentó, de repente, un “camión volteo” desde donde se precipitaron varios “soldados” portando armas de guerra. Sentí en mi espalda la punta de un frío cañón de fusil, mientras una voz engolada decía, al tiempo que los otros enfilaban sus armas hacia nosotros, que estábamos todos presos. Los “guardias” cercaron a la muchachada y ordenaron estarnos quietos.

-No se muevan, están presos”, mandaban los “militares” de manera enfática. En tanto, el “comandante” daba instrucciones precisas de que se me agarrara a mí antes que a los demás. Insistía en que yo era el jefe del grupo. Al escuchar estas instrucciones pude percibir una voz conocida, el tono de alguien con quien había tratado.

-¡Están asustados carajo!, expresó otra vez. Fue entonces cuando me dije:-Sí, se quién es, conozco esa voz.

Era Hilson, el guerrillero urbano de Vicente Noble que había sido entrenado en el extranjero y que operaba un grupo armado en la zona junto a jóvenes de Tamayo y Uvilla. Los irregulares regresaban de un operativo donde asaltaron y volaron una fábrica clandestina de “ron triculí”. En aquel momento y en aquellas circunstancias, esa era una muestra de cómo la revolución combatiría el vicio y las cosas que contribuían a degradar la juventud.

Cuando se retiraba, después de conversar un rato con nosotros, la gente de Hilson nos dejó una mínima parte del “trofeo de guerra”, un galón del ron incautado en la fábrica ilegal. A partir de ahí fue que se bebió. Niño disfrutaba más que nadie del regalo y ya bajo los efectos de la rústica bebida, solo atinaba a dar las gracias y a reírse “con las muelas de atrás”.

Pasado el tiempo cada uno de los mozalbetes del parque tomó su camino. Algunos emigraron y otros fuimos a centros técnicos y a universidades. Niño optó por la carrera técnica, formándose como el mejor graduado de electricista y consiguiendo una buena plaza en una fábrica de refrescos en la capital.

Cada cierto tiempo Niño me visitaba y contaba lo bien que le iba en su trabajo. Un día se apareció, y con cara de tristeza me dijo: -Perdí el empleo primo, me quedé sin trabajo, me botaron…

-Tú eres un buen técnico, ¿qué pasó contigo? ¿por qué te hicieron eso?, comenté.

Y entonces me hizo la historia: -Comenzaron a llegar quejas al trabajo de personas a los que yo debía algún dinerito, relataba. –Pero eso pasaba por alto, en la empresa no le daban mayor importancia.

Niño narró que cuando cobraba su quincena, se sentaba tranquilamente y hacía una lista de los pagos que destinaría a prestamistas y a compromisos personales. Detallaba la cantidad que pagaría a cada quien. Luego repasaba y en la revisión veía que prácticamente se quedaba sin un centavo. Redefinía la lista de nuevo y si a Pepe le debía equis suma, por ejemplo, pagaría la mitad, después un tercio y así, sucesivamente, iba recortando a cada pago hasta que tachaba todas las deudas.

-Es más, no voy a pagar nada, rezongaba. -Mis cuartos los gané yo y no tengo que rendir cuentas a nadie. Una vez realizada esta ceremonia acudía a la oficina de Recursos Humanos de la empresa donde solicitaba un permiso para ausentarse porque, como casi siempre argumentaba, viajaría a ver un familiar enfermo.

–Había pedido con cierta frecuencia permisos para ausentarme, sobre todo los fines de semana. -Siempre enfermaba a un familiar cercano, a mi madre, un hermano, hermana, un primo y hasta un vecino, narró.

En esta ocasión, -como había hecho en otras ocasiones– el amigo que trabajaba en la oficina de Correos y quien le acompañaba en las parrandas cuando él iba a Tamayo, le envió un telegrama informándole que su tío Perico estaba grave de muerte, que se presente de inmediato.

Ni corto ni perezoso, Niño se dirigió a Recursos Humanos con el telegrama en sus manos y, con el rostro compungido por el dolor, informó que se ausentaría porque un tío estaba muy enfermo y lo requerían en su casa.

– Niño, pero nosotros pensábamos que ya no tenías ni un familiar más vivo. Tú lo has “matado” a todos para justificar los permisos, expresó la gerente.

-No, no, espere, no le había dicho, me quedaba el tío Perico. Ahora me informan que el pobrecito está grave, señaló casi entre sollozos.

-No hay problemas Niño, vas a ir a atender a tu tío,-le ripostaron. Mira tu carta de cancelación, ve y entierra a tu tío… pero no vuelva.

Después de esta amarga experiencia Niño decidió dar un cambio radical a su vida, abandonó las bebidas, abrazó la fe cristiana, se dedicó a “predicar la palabra” y a levantar una hermosa y entusiasta familia.

*El autor es periodista.



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