Todo el mundo tiene derecho a protestar. No hay por qué quedarse callado ante una injusticia. Los dominicanos, superada la dictadura de Trujillo, hemos aprendido a reclamar lo que nos corresponde y para ello contamos con los más variados recursos.
Tenemos motivos para congratularnos por ser un pueblo que no tiene pelos en la lengua y que en todo momento está presto para cantarle su “panamá” al más bonito.
Pero siempre hay un pero.
En esta ocasión mi “pero” está en la forma empleada por los gremios, sindicatos y asociaciones para demandar lo que consideran sus derechos, con razón o sin ella.
¿Se han fijado ustedes, amables lectores, cómo reclaman “lo suyo” los médicos, los choferes, los abogados y las demás organizaciones laborales, religiosas, profesionales…?
Por si no lo han notado, les invito a observar en la televisión el desarrollo de una protesta cualquiera, a ritmo de güira y tambora mientras algunos de los manifestantes mueven alegremente sus caderas, palmoteando y coreando sus consignas con incontenibles sonrisas de oreja a oreja.
¡Cuánto se goza en esas huelgas, aunque no se consiga el objetivo de la protesta!