La seguridad nacional y los afanes sociales o farandúlicos usualmente son universos distintos. El primero requiere de inteligencia (en más de un sentido), capacidad de obtener información útil, analizarla y en caso necesario actuar en consecuencia, usualmente con la discreción de asuntos de Estado.
El segundo, campo minado que atraviesan trepadores, logreros, artistas legítimos y espurias celebridades, es al contrario un espectáculo de relumbrón, que atrae a gente que en pocos casos contribuye a mejorar a la comunidad. Sólo en el cine, como con James Bond, se mezclan ambos mundos y sus respectivas sinuosidades.
Por eso es espeluznante el escándalo por las relaciones comerciales entre el INTRANT y la empresa Transcore, tras meses de denuncias mediáticas, un caótico apagón de semáforos en Santo Domingo y cuentas de miles de millones de pesos.
El caso, designado por los fiscales Operación Camaleón, motivó esta semana la detención de siete personas, imputadas por ser parte de «una red de corrupción y crimen organizado dedicada al desfalco, estafa contra el Estado, falsificación, coalición de funcionarios, contrabando, comercio ilícito, sabotaje y terrorismo contra infraestructura crítica», con ilícitos de alta tecnología y robos de identidad.
Ojalá esta nueva y esperanzadora señal del compromiso del Gobierno para combatir la corrupción no corra igual suerte que los demás interminables casos pendientes…