Desde que termina la Semana Santa todos los cañones de la publicidad nos bombardean con los especiales para el Día de las Madres y volvemos a vivir el aire comercializado de esta fecha, donde los sentimientos son expresados con obsequios materiales a quienes debemos la dicha de la existencia misma.
Y vuelvo y me pregunto: ¿a qué damos más valor: al regalo o los sentimientos? ¿Por qué seguimos fomentando esta costumbre consumista? ¿Por qué educamos con obligación, no con elección? ¿Por qué les seguimos el juego al comercio y las marcas?
Al fin y al cabo es cuestión de elección y la pregunta es qué se elige para demostrar amor al ser más maravilloso del mundo: nuestras madres.
No digo que no debamos regalar… lo que trato de explicar es que de nada sirve un costoso regalo si en nuestras relaciones no lo acompañamos con amor y respecto.
De qué nos sirve felicitar a mamá si en los otros 364 días que restan del año no damos valor a su sacrificio, enseñanzas y dedicación.
De qué sirve dar un regalo en un día si en los días restantes nuestras madres reciben nuestra indiferencia, alejamiento, acusaciones y reproches.
De qué sirve agradecer a nuestras madres con un presente un día, si en los demás no mostramos gratitud y amor con las acciones y los hechos.
Es bueno entender que el mejor regalo para una madre es recibir amor y respeto de sus seres queridos los 365 días del año y ver que sus enseñanzas han germinado en tierra firme.