La trascendencia divina nos hace tomar conciencia de que Dios no ve las cosas como nosotros las vemos. Lo que llamamos Fe es precisamente aprender a vivir desde la óptica de Dios, desde nuestra libertad y amistad con Él, dialogando con el Altísimo, convirtiendo nuestro corazones a la construcción de su Reino.
Los discursos y prácticas racistas, xenófobas, aporofóbicas, homofóbicas y misóginas que son expresados por personas que se dicen creyentes (católicos, protestantes, musulmanes, etc.) y que usualmente son fundamentados en textos sagrados, en realidad son miserables justificaciones para los hondos resentimientos, prejuicios y miedos de quienes los sustentan. Rechazar al prójimo siempre es rechazar a Dios.
“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto” (1 Juan 4:20).
En la Convención Demócrata que ha confirmado como candidato presidencial a Joe Biden y vicepresidencial a Kamala Harris fue invitado a brindar la invocación al Señor el sacerdote jesuita James Martin. El trabajo pastoral del P. Martin sj con la comunidad LGBT es muy conocido en Estados Unidos y hasta el Papa Francisco lo recibió en audiencia el año pasado, y tal como lo señala él mismo en la revista Vida Nueva al salir del encuentro con el Santo Padre: “Me siento tremendamente alentado, consolado e inspirado”.
El jesuita es la voz más autorizada sobre la pastoral de acompañamiento a la comunidad LGTB hasta el punto de que fue reclamado como ponente por la Santa Sede para el Encuentro Mundial de Familias de Dublín. Todo esto reseñado por dicha revista católica.
La oración del P. Martin en dicha actividad política desnuda todos los prejuicios que usualmente se trafican por una falsa religiosidad.
“Dios amoroso, abre nuestro corazón a los más necesitados: el padre desempleado que se preocupa por alimentar a sus hijos. La mujer mal pagada, acosada o maltratada. El hombre o la mujer negros que temen por sus vidas. El inmigrante en la frontera, anhelando seguridad. La persona sin hogar que busca comida. El adolescente LGBT que es acosado. El feto en el útero. El preso en el corredor de la muerte. Ayúdanos a ser una nación donde cada vida es sagrada, todas las personas son amadas y todos son bienvenidos. Amén”.
Esta súplica nos convoca a ver las cosas como Dios lo hace y no envenenarnos con el cúmulo de resentimientos contra nuestros prójimos. Viéndolo a nivel local. No es posible ser provida y odiar a los hermanos haitianos, especialmente escandalizarse por las haitianas que buscan dar a luz en nuestros hospitales. ¿Sus hijos e hijas no importan? ¿No son hijos e hijas de Dios? Es inconcebible que estemos contra el aborto mientras somos indiferentes a la multitud de niños y niñas que en nuestros barrios son presas fáciles de violadores y asesinos. ¿No son hijos nuestros y por tanto puede meterse quien quiera con ellos? ¿Esa es la mirada de Dios? ¿Acaso el argumento es que el niño nazca y luego no nos importa lo que pasa con él?
Tanto los que están a favor, como los que estamos en contra del aborto, poco decimos y menos hacemos para la protección a los niños vulnerables. ¿No es más sensato, más humano, más afín con la óptica de Dios asumir entre todos, los que son proabortos y los que somos provida, el cuidado de los niños, niñas y adolescentes expuestos a tantos peligros en el entorno de los barrios? Por lo visto es más sencillo una solución judicial, si se aprueban las causales la niña o joven puede abortar, matar un ser humano, si no se aprueba, le metemos a una niña 30 años de cárcel por abortar, y la matamos en vida.
En ambos casos paga con su vida uno de los dos, o los dos. Es una lógica de muerte, de destrucción de vidas inocentes.
«La letra mata, más el espíritu vivifica». (2 Corintios 3:6) Hay ejemplos propositivos, acciones como los Canillitas con Don Bosco y los Oratorios salesianos que han salvado tantos niños y niñas, pero a esas opciones llegan pocos, la mayoría sigue viviendo un infierno que no merecen, como el destino de Liz María Sánchez.
En los Evangelios nos encontramos como Jesús nos confronta con la tradición cultural y religiosa que nos convence de que los que no son de nuestros círculos de “puros” son malditos. «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el Reino de Dios» (Mt 21,31). Jesús descoloca a quienes viven con la fantasía de que ser creyente es vivir entre un grupito de gente “buena”, que comparten igual cantidad de ingresos y estilos de vida, que visten ropa limpia y planchadita, uniformados impecablemente. Los que no pertenecen a ese club selecto son el “mundo”, los pecadores, los que irán al infierno.
Lo curioso es que esa forma de vivir la religión es típicamente mundana -tal como ha insistido el Papa Francisco- y Jesús no cabe en esos grupitos de puros y pseudo-beatos. En lugar de abrirnos al prójimo, como enseña la parábola del Buen Samaritano, nos cerramos en una burbuja con los “nuestros”, por tanto no podemos encontrarnos con Dios, sino que construimos un ídolo que representa nuestra miserable existencia egoísta. El ateísmo actual es la devoción a una deidad hecha a nuestra medida que cierra nuestros oídos mientras Jesús toca a la puerta por medio del pobre, el marginado, el explotado, el migrante, la mujer golpeada, el niño y niña violados.
Dios por lo visto mira privilegiadamente a los tigres de los barrios, a las putas del malecón, a los jóvenes traficantes de los cinturones de miseria, a las familias que se les moja la cama cuando caen dos gotas de agua, a los jóvenes homosexuales pobres que viven rechazos y violencia inimaginable, a las dos millones de madres solteras que tienen que cuidar a sus hijos según su intuición les dicte, y que no las consideramos familia porque el macho la dejó sola con su cría, al haitiano ilegal que trabaja como bestia para llevarse algo de comida a su boca y mandar el resto a su familia en la vecina nación, al ladronzuelo para el que pedimos palos y cárcel mientras a los grandes ladrones los tratamos con veneración y honra.
A esos, a los excluidos y marginados, mira Dios y nos mira desde ellos, y esos mismos irán delante de nosotros en el Reino de Dios. Si no adoptamos la óptica divina seguiremos en gran medida construyendo este averno de mundo que destruye a la mayoría de los hijos de Dios y a la naturaleza.