El hambre y la pobreza son dos flagelos que han perturbado ancestralmente a la humanidad, ya que siempre han registrado altos índices en América Latina, las cuales fueron interpretadas en el pasado como fruto de la insuficiencia dinámica de la tasa de crecimiento del PIB, la cual crecía a un ritmo adecuando en relación a la tasa de crecimiento poblacional, que subía mucho.
Sin embargo, el escenario actual de la región es muy diferente al de la década de los 60, cuando se intentó aplicar los remedios para derrumbar la pobreza y la inequidad económica y social.
En la actualidad, en América Latina se dispone de nuevas herramientas analíticas y métricas en torno a los conceptos de vulnerabilidad demográfica, vulnerabilidad social y socioeconómica, que permiten explorar las relaciones entre población y pobreza.
A pesar de los avances alcanzados en estos instrumentos de medición de los indicadores sociales, varios gobiernos de la región parecen no comprender ni entender que enfrentar la pobreza y el hambre no se logra con políticas asistencialistas y coyunturales, que más bien son soluciones atenuantes a estos problemas sociales.
Enfrentar este flagelo requiere, en cambio, estimular grandes innovaciones y estrategias de política social para abordar las causas que engendran un círculo vicioso.
Y es que en América Latina la gran mayoría de los gobiernos actúan con políticas cortoplacistas sin visión de sostenibilidad, lo cual se convierte en una maquinaria reproductora de la pobreza y la miseria en la región con escandalosos cordones de miseria que expulsa a los ciudadanos a migrar de manera desesperada para enfrentar su precaria sobrevivencia.
Preocupa que en la región de América latina la seguridad alimentaria y nutricional se ha convertido en un malestar que no parece frenarse ni tener solución en lo inmediato, al tiempo que si los gobiernos no reorientan sus políticas cortoplacistas hacia el mediano plazo con sostenibilidad, tal como lo han planteado la FAO y la OPS, como advertencia a quienes diseñan y ejecutan políticas sociales.
Pues de no implementar políticas sociales con criterios de responsabilidad para enfrentar el flagelo de la pobreza y el hambre, esta tendencia no cambiará en nada; por tanto, no se cumplirá con la meta de erradicar el hambre y la malnutrición en 2030.
Lo planteado encuentra su fundamento en el hecho de que en América Latina se transita por un mal camino, reflejando más bien que se ha dado un salto al vacío con retrocesos muy significativos, fruto de que varios gobernantes iniciaron una ruta peligrosa al debilitar la institucionalidad para priorizar la agenda electoral populista, lo que se ha tornado en un vicio que quiebra las aspiraciones de superar el malestar que afecta a la sociedad.
Y es que los actuales niveles de hambre y pobreza que afecta a la región resultan intolerables, poniendo en juego a las generaciones presente y futura empujándolos a la desesperación cuya opción es recurrir a la migración forzosa para sobrevivir.
Y es que erradicar la pobreza y el hambre en todas sus expresiones sigue siendo uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad.
Esto así, ya que de lo que se trata es de procesos que procuran transformar las estructuras que crean injusticia, por lo que requieren de persistencia y de propuestas serias, concretas y planificadas, no de imaginaciones infundadas.
Para el caso de la República Dominicana, el hambre y la pobreza siguen siendo una asignatura pendiente de aprobación, si se parte del hecho de que alrededor de 1 millón 754 mil personas atraviesan por inseguridad alimentaria, mientras que 3 millones 457 mil dominicanos están atrapados en el fango de la pobreza.