En el célebre cuento “Dos pesos de agua”, lectura obligatoria para quienes cursaban alguna carrera vinculada a las Humanidades, el escritor Juan Bosch narra la historia de un pueblo que, agrietado por la sequía, acudió a las ánimas para pedir la lluvia que no llegaba.
Cuando por fin llovió, no vino como “jarina” mansa ni rocío bienhechor, sino como un torrente que lo inundó todo.
En República Dominicana, cada temporada ciclónica suele traer recuerdos de aquel desbordamiento literario, pero traducido en imágenes reales como inundaciones urbanas, ríos crecidos y cañadas desbordadas.
Esta vez no hubo velas encendidas ni rezos colectivos como en el icónico relato de Bosch. La Tormenta Melissa llegó como si alguien hubiera pedido no dos pesos, sino una fortuna completa de agua.
Desde la madrugada del miércoles, Melissa se ha desplazado con lentitud extrema, casi estacionaria, descargando volúmenes de lluvia superiores a los 300 milímetros en algunas zonas, según el Instituto Dominicano de Meteorología (INDOMET).
Las provincias más impactadas hasta este jueves eran Santiago Rodríguez, Valverde, Monte Cristi, Duarte, Santo Domingo, Distrito Nacional, Azua y San Cristóbal. En la capital bastaron 12 horas de lluvia constante para que avenidas como la Kennedy, la 27 de Febrero y la Núñez de Cáceres quedaran convertidas en ríos de asfalto.
Desde anoche están bajo observación de extremo peligro Barahona, Bahoruco y Pedernales, antesalas de los efectos que pudiera provocar en un empobrecido Haití.

En el vecino país se espera que sus mayores efectores empiecen a sentirse en la península de Tiburón, con viento y la lluvia con alto riesgo de inundaciones repentinas en los próximos dos días
La velocidad de traslación llegó a reducirse ayer a apenas dos kilómetros por hora frente a la costa sur del país, lo que intensificó la peligrosidad del fenómeno por su prolongada permanencia frente al territorio dominicano.
País bajo alerta
El Centro de Operaciones de Emergencias (COE) mantenía anoche alerta roja en 17 provincias y amarilla en otras 9, al tiempo que continuaba la suspensión de la docencia y de la jornada laboral en sectores públicos y privados.
El director del COE, general retirado Juan Manuel Méndez, exhortó a la población a “no arriesgar la vida intentando cruzar ríos, cañadas o calles anegadas”, recordando que la saturación de los suelos incrementa el riesgo de correntías peligrosas.
Hasta la tarde de este jueves, unas 18,500 personas habían resultado afectadas, 3,200 viviendas impactadas directamente y 42 comunidades incomunicadas. Además, más de 20 acueductos de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo y del Instituto Nacional de Aguas Potables y Alcantarillados salieron de servicio, afectando el suministro de agua potable a miles de hogares.
Embalses al límite
La lluvia además de acumularse en calles y avenidas de las zonas urbanas de las ciudades en la costa sur, también había rebosado en las presas.
El Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos informó que la presa de Sabaneta comenzó a verter desde la madrugada, mientras la presa de Monción alcanzó su nivel máximo operativo.
Sabaneta superó su capacidad de 56.6 metros cúbicos, vertiendo el excedente al río San Juan, afluente del Yaque del Norte. El recuerdo inevitable es el de Mesopotamia, cuando las tormentas Olga y Federico descargaron sus aguas de manera abrupta sobre el país.
Otras presas, como Tavera-Bao y Valdesia, se mantienen en vigilancia con descargas controladas para evitar desbordamientos río abajo.
Comunidades en riesgo
En San Cristóbal y Azua, brigadas de Defensa Civil evacuaron familias cuyas viviendas están próximas a riberas. En Santiago Rodríguez, la crecida del río Yaguajay mantiene incomunicadas comunidades rurales.
En la capital, barrios como Gualey, 24 de Abril, Los Ríos, Cristo Rey y Villa Juana lucieron anegados.
El contraste fue evidente: mientras algunos medían el agua para decidir si avanzar o no, grupos de jóvenes se lanzaron al aguacero para bañarse, bailar y celebrar como si la tormenta fuera fiesta.

Cruzar la intersección de San Cristóbal con Ortega y Gasset se convirtió en un acto de intrepidez. Los choferes calibraban la altura de la inundación usando como referencia la pared de la Plaza de la Salud, que marcaba hasta dónde el agua podía afectar los vehículos.
Un país en pausa
El país entró en una pausa forzada. El Ministerio de Trabajo suspendió las labores a partir de la una de la tarde y las escuelas permanecieron cerradas. Muchos comercios bajaron sus persianas anticipadamente.
Aunque Melissa no tiene la fuerza destructiva de un huracán, su persistencia deja una estela de agua que paraliza.
El ministro de la Presidencia, José Ignacio Paliza, informó que “todas las instituciones de respuesta están activadas” y pidió a la ciudadanía “seguir únicamente las informaciones oficiales”.
Indomet advirtió que la saturación de los suelos puede generar deslizamientos y desbordamientos repentinos en zonas vulnerables.
Melissa sigue estacionaria. La presión atmosférica es estable, pero las nubes no se disipan. Los meteorólogos reiteraron que mientras su velocidad de traslación continúe baja, el país seguirá bajo intensas lluvias.
El pronóstico se cumplió a pie de la letra porque desde la tarde del jueves y gran parte del viernes estarán marcados por aguaceros torrenciales.
Como en el relato de Bosch, el agua llegó cuando no se le esperaba así. Y aunque hoy no se encienden velas como en la ficción, el país observa el cielo con la misma mezcla de respeto, temor y resignación. Porque cuando el agua responde al llamado, no siempre pregunta dónde puede quedarse.