¡Cómo cambian los tiempos!
Mi generación ha sido testigo de cambios abarcadores ocurridos en el entorno, acaso originados en fuerzas externas. Uno ha venido con la tecnología de las comunicaciones, otro con la utilización de la moto como medio de transporte colectivo y un tercero con la así llamada emancipación de la mujer.
Lo primero
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Cuando crecía (en El Seibo de las corridas de toros) conocía el teléfono, una tecnología usada por algunas personas en el pueblo, pero poco útil para el desenvolvimiento de la vida diaria. Eran pocos quienes lo tenían en sus casas, a tal punto que con los tres últimos números bastaba para hacer una llamada. Cuando se trataba de una larga distancia era necesario un operador de la empresa telefónica, local, por cierto.
Durante los primeros 20 años de mi vida no puedo haber llamado 50 veces a otras personas en el pueblo y puedo asegurar que sólo lo hice dos veces a una larga distancia, una de ellas a San Cristóbal. Hoy día cualquiera con un triciclo y una carga de cocos como medio de vida puede llevar en el bolsillo uno de estos aparatos. Ni hablar de algunos con la conexión a la Internet.
Lo segundo
Santa Cruz, el municipio cabecera de la provincia, era un pueblito para andarlo, y así lo hacíamos todos. Daba gusto ver a profesores y a estudiantes camino del liceo Sergio Augusto Beras, en las afueras cuando fue levantado, caminando a pie acaso un kilómetro y medio. Así era para todo.
Hoy no. Las calles están llenas con motocicletas conducidas por atorrantes, gente con poca o ninguna urbanidad, y los habitantes de mi pueblito renuncian a caminar tres o cuatro cuadras y pagan, en cambio, 25 pesos en un motoconcho. Lo dicho vale para todo el país.
Lo tercero
La explosión de las comunicaciones y el impacto de la Internet le quedan chiquitos al tercero de los cambios referidos en el primer párrafo de esta nota: el papel de la mujer en la vida de hoy.
De haber sido el núcleo de la familia (no quiero imaginarme mi vida sin mamá en casa cuando era niño), la mujer ha venido a valerse por sí misma, al ser llevada por la educación técnica, por la apertura de plazas de trabajo y por la educación universitaria a alcanzar, en muchos casos, la independencia económica.
Este hecho, sin embargo, no ha venido acompañado de un cambio de conciencia. La mujer sigue siendo objeto del deseo, muchas de ellas conservan la ilusión de ser muñecas y en sentido general el hombre conserva el sentimiento de propiedad sobre su compañera.
En El Seibo oí, en mi primera juventud, las palabras de una prostituta de las que nunca he podido olvidarme.
Ella me convencía para que le pagara tostones con bofe frito en una fritanga junto a la escuela Manuela Diez Jiménez: “No tienes idea del hambre que pasa una en este oficio”.
¡Cómo cambian los tiempos!
Conozco en la Capital a una muchacha que vive de este viejo oficio con el que se paga apartamento, restaurantes y vehículo. Estudió Mercadeo, habla el inglés con fluidez y acaso estaría en condiciones de pagarme una cena en Sherezade.
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