Cada vez que finaliza un año y se acerca el inicio de otro, solemos pasar balance sobre lo pasado y elaborar una nueva lista de propósitos.
Durante algunos años yo también hice mi lista, pero confieso que la misma terminó siempre por ser una mera relación de aspiraciones cumplidas a medias, en el mejor de los casos.
Esta vez me doy cuenta de que poco a poco, paso a paso, se me va agotando el inventario de “años nuevos” por vivir, y que el día menos pensado, ¡pum!, se acabará todo, sin haber realizado algunos de los más caros propósitos que aparecían en mi lista.
Para simplificar las cosas y ser realista, este año mi lista de metas por alcanzar se reduce a un único punto, aunque no por ser breve y único deja de ser trascendente y difícil de cumplir.
Al llegar a este punto me asalta la duda: ¿lo digo o no lo digo? Parecería presuntuoso proclamarlo aquí públicamente, porque decirlo es fácil, pero cumplirlo es obra de titanes.
Mejor lo dejo a la imaginación de los amigos lectores, advirtiéndoles, como pista a seguir, que no se trata de nada material, ni de riquezas, ni de política. Por ahora me limito a exhortarles a que cada uno haga su propia lista, pero que sea con la firme determinación de cumplirla… antes de que se agote el inventario de años pendientes por vivir que cada uno tiene reservado.