"Los conflictos se resuelven cuando ambos ganamos y cuando ambos perdemos. Siempre hay que ceder en algo", argumenta el maestro.
Después de trabajar más de 30 años con adolescentes como profesor de filosofía, Jordi Nomen decidió compartir las lecciones que aprendió durante ese viaje.
Autor del best seller “El niño filósofo”, Nomen acaba de publicar “Cómo hablar con un adolescente y que te escuche”, un libro que entrega herramientas para cualquier persona que enfrente el desafío de desarrollar una buena relación con un adolescente.
No es fácil, qué duda cabe, y muchas veces los adultos se sienten superados por las circunstancias cuando creen que lo han probado todo y no funciona nada.
“Es que no me escucha”, es uno de los reclamos que suelen hacer cuando las cosas van por mal camino.
Para ayudar a quienes buscan claves sobre cómo entenderse mejor con ellos, Nomen comparte una serie de consejos aprendidos a partir de la experiencia cotidiana.
“Tratar con adolescentes es precioso o yo, al menos, lo siento así”, dice el español de 58 años.
Ese es precisamente el tono del libro y la conversación con BBC Mundo: optimista y apasionado.
¿Por qué le parece tan fascinante el mundo de los adolescentes?
Le he dedicado prácticamente toda mi vida porque siempre he sido profe de adolescentes. Es un proceso fascinante el crecimiento que ellos experimentan.
Un crecimiento mental, por un lado, porque los ves cómo se emocionan en las clases de Filosofía o Historia con su propio pensamiento.
Pero también está ese crecimiento emocional, esa gestión emocional, que les cuesta bastante más, y que también me parece fascinante porque van evolucionando hacia la madurez y acompañarlos en ese proceso me parece muy bonito.
Después, cuando pasan los años, lo agradecen muchísimo y te lo dicen. Te encuentras con chicos y chicas que se acuerdan de una conversación que tuvieron contigo y que les marcó. Eso te da una satisfacción enorme. Tratar con adolescentes es precioso o yo, al menos, lo siento así.
En su libro usted dice que hay mitos sobre los adolescentes, como la idea de que son irresponsables, conflictivos, desinteresados, etc. ¿No piensa que hay algo de cierto en eso?
En realidad, los mitos son falsos, pero tienen una parte de certeza. Los mitos griegos o los romanos tienen una parte de realidad, pero no dejan de ser una generalización que no debemos aceptar tal cual.
Yo he tratado con unos 2.000 adolescentes en todos estos años y hay muchísimos adolescentes que son una maravilla.
¿Le ha tocado lidiar con casos extremos de adolescentes rebeldes?
Sí, hay algunos casos en que realmente los adolescentes lo están pasando mal. Yo creo que siempre debemos enfocarnos en que cuando una persona no responde ante la preocupación de otros, es porque lo está pasando mal.
No hay que dejar a nadie atrás.
Ahora, lo común es que los adolescentes tengan algún conflicto o que sean irresponsables, claro que sí, ¡pero si están creciendo!, están aprendiendo a ser responsables, pues por supuesto que se equivocan, cometen errores y de los errores se aprende.
La adolescencia es un terremoto de cambios, es un tsunami, es una montaña rusa de emociones, y eso es muy difícil de gestionar.
Hablemos de los consejos que usted le ofrece a los lectores para comunicarse con los jóvenes. Uno de ellos es la predisposición al diálogo en el sentido de abrirse a la negociación. Eso suena muy bien, pero, ¿cómo se hace?
Creo que en una negociación debemos abandonar los máximos y quedarnos con los mínimos.
Muchas veces el conflicto se plantea en términos de yo gano y tú pierdes, ¡pero es que así no se resuelven los conflictos!. Los conflictos se resuelven cuando ambos ganamos y cuando ambos perdemos. Siempre hay que ceder en algo.
Con los adolescentes esto siempre me ha funcionado. Les digo: “Tú me estás pidiendo esto, pero esto es tu máximo y eso está muy lejos del mío”. Entonces les propongo hablar de los mínimos y eso significa negociar.
Entonces, imaginemos que el adolescente te dice que quiere llegar a las cinco de la mañana y tú quieres que llegue a las 10 de la noche. Les dices que van a negociar y le propones que regrese a las 12. Seguro te contesta que no, que a las 12 empieza todo. Entonces le dices venga, va, hasta la 1.
Si te pones en plan autoritario y le dices que no va a salir, ellos también se ponen a la defensiva y rabiosos.
Otra cosa importante que usted menciona es escuchar atentamente. Suena como algo muy sencillo, pero parece que no lo es…
La escucha atenta lleva consigo el lenguaje no verbal, es decir, hay que hablar calmo y pausado, no perder el control, no gritar, mirar al adolescente a los ojos, adecuar nuestra posición a la del otro.
Luego, no interrumpir, no juzgar lo que el otro está diciendo. Solemos interrumpir. Imagina que un adolescente le dice a un adulto: “Es que mira, fui a una fiesta y había drogas”. “¿Drogas?”, interrumpe el adulto.
La sola palabra provoca una tempestad. Ya le has interrumpido lo que te iba a contar. Ellos y ellas lo que piensan es: “Bueno, pues ya está, no se puede hablar”.
Tampoco sirven los juicios de valor al estilo: “A no, eso sí que no, de ninguna manera, eso no puede ser, ¿y tú qué hiciste en la fiesta?”, y entonces comienza un interrogatorio, no una conversación.
Pongámonos un poco en su lugar, si a ti como adulto te hacen un interrogatorio, ¿qué sentirías?, ¡pues te cierras!, ya no tienes ganas de seguir hablando.
Hay algo interesante que plantea en el libro, esa técnica de parafrasear lo que ellos dicen…
Sí, es importante repetir lo que el adolescente te va diciendo, para que él o ella vea que estás prestando atención.
Puedes hacer preguntas parafraseando lo que el adolescente acaba de decir. Por ejemplo: “Entonces tú dices que esto pasó de esta manera, ¿sí?”.
Se trata de reformular lo que el adolescente va contando. Puedes decir: “Si te he entendido bien, me parece que me estás diciendo… ¿no es cierto?”.
Entonces ellos notan que hay un canal abierto y que tú estás escuchando atentamente.
La palabra atención, además, es preciosa porque etimológicamente quiere decir “tender el espíritu hacia el otro”. Es justamente eso: concentrarse en lo que el otro te está diciendo y no en lo que tú le vas a decir. Y eso no es tan fácil.
La otra cosa que usted menciona es la importancia de escoger el momento adecuado…
El momento es cuando lo decidan ellos y ellas, hay que esperar. Ahora bien, si no hay más remedio porque es muy grave el tema, aconsejaría hablar poco, no darles un gran discurso, un sermón, porque se ponen en modo off y se acabó. Se quedan ahí físicamente, pero no están.
En ese caso, si es algo muy importante, mejor decirles titulares, como: “Esto no me parece bien por esto, por esto y por esto”, y ya está, se acabó, no sigas hablando. Dejémoslo ahí y mejor hablamos en otro momento con calma.
Pero cuando ellos vienen a ti, hay que escucharlos y hay que tener conciencia de que no te lo van a explicar todo. Te van a explicar lo que puedan y quieran explicar. Pero si el canal de comunicación está abierto, es muchísimo más fácil que te expliquen.
Lo importante también son los temas. Cuando llegas y le dices, “hijo mío, tengo una lista de temas que quiero hablar contigo. La primera es el sexo, la segunda es el alcohol, la tercera…”
Decirle esto en frío es muy difícil, sobre todo cuando el adolescente no sabe muy bien cómo expresar lo que siente, no sabe gestionar sus emociones.
No entremos por ahí. Entremos por temas mucho más banales. Esta mañana le preguntaban a unos chicos, ¿y tú de qué hablas con tus amigos? La primera respuesta fue: “De estudios no hablamos porque ya me paso todo el día estudiando. Hablo de música, hablo de videojuegos, hablo de deportes, hablo de las últimas series que estoy viendo”.
Entonces, empecemos por ahí, empecemos por preguntarle a qué videojuego está jugando, o qué tal estuvo el partido, o de qué se trata la serie de televisión y quizás la pueden ver juntos.
El título de su libro es “Cómo hablar con un adolescente y que te escuche”. Algunos interpretan la parte del “que te escuche” como sinónimo de que te obedezcan…
Que te escuchen es que tú plantas la semilla. Pero los adolescentes tienen que elegir, o sea, tú no vas a elegir por ellos y haces muy mal si lo quieres hacer.
La elección queda de su lado. Tú les muestras tu punto de vista y les dices “piénsatelo, me gustará saber qué es lo que vas a hacer”.
Le puedes decir, “la decisión la tienes tú, yo te entreno en la responsabilidad, pero eres tú el que decide”.
Los maestros lo sabemos. A un alumno le empieza a ir bien, cuando él decide que se va a poner a estudiar, cuando él dice: “Ahora me voy a poner a estudiar porque lo decido yo, porque yo quiero”.
Pues esto es lo mismo. Entonces, ¿cuál es nuestro papel? Favorecer esa reflexión, no decidir por él o ella. Quizás la decisión que tomen no te va a gustar mucho, pero es que eso es así.
Y hay que hacer ese duelo. Las personas buscamos nuestra identidad tomando muchas veces decisiones que van en contra de lo que nos han aconsejado los que más nos quieren.
Pero también es cierto que tenemos que equivocarnos. Equivocarse es la única forma de aprender. Intentar que los jóvenes no se equivoquen nunca es imposible, ni es bueno, ni es saludable.
Y si se equivocan hay que decirlo, pero decirlo de una determinada manera. Lo que no le puedes decir es: “Eres un desgraciado, todo lo haces mal”. Si haces eso, no le das ninguna posibilidad de que cambie. Yo creo mucho en que las personas pueden mejorar.
Hay que decirles: “Lo has hecho mal, vamos a ver cómo lo puedes mejorar porque creo que hay que darte otra oportunidad”
No hay que decirles: “Es que no espero nada de ti”. Si oyes eso de una madre o un padre o un profesor… es que ya no levantas cabeza. No hay autoestima que lo pueda sostener.
Yo entiendo que a veces los adultos quemamos las naves porque estamos cansados, yo lo entiendo, pero es importante la manera en que decimos las cosas.
¿Qué otras cosas no deberían hacer los adultos, aunque tengan la mejor intención?
Una de ellas es no darles responsabilidad. Cuando piensas que el adolescente lo va a hacer mal y prefieres hacerlo tú por él o ella, eso no está bien. Es que si haces eso, ¡el adolescente no aprenderá nunca!.
Segunda cosa: no hay que quitarles los obstáculos del camino porque los estamos volviendo frágiles. Si se los quitas, ¿cómo va a aprender a hacer frente a las dificultades?
Luego: saber estar presente, pero de una manera discreta. En la infancia el adulto tiene que ser el ojo que todo lo ve, pero en la adolescencia hay que ser el radar que está atento a los cambios.
Hay que conocer a sus amigos y amigas y conocer por dónde se mueven. Si algo no te gusta, escucha antes de saltar. Hay que enseñarles a manejar los impulsos y los deseos porque eso les cuesta muchísimo, pero me temo que hay malas noticias: a los adultos también nos cuesta.
Si no lo hacemos nosotros, será muy difícil, pero muy difícil que eso pueda funcionar.
Es mucho más efectivo decirle: “Hijo mío, sé que en algún momento vas a probar el alcohol porque no me engaño. Lo que te pido es prudencia, sobre todo si hay coches de por medio”.
Le puedes contar el caso de una persona cuyo hijo tuvo un accidente, por ejemplo.
O le puedes decir: “espero que si en el futuro decides probar el alcohol sepas decir hasta cuándo, que sepas controlarlo”.
No hay que decirle, “no vas a beber nada en la fiesta, eh”. ¿De qué sirve esa frase? Es más sabio decirle que sea prudente, que no se ponga en riesgo.
Igual que cuando la hija va al centro de salud, cuando tiene una determinada edad, para buscar un método anticonceptivo. Hay padres a los que les parece una barbaridad, ¡pero es que no lo es!
Al contrario, sería mucho mejor que el adulto vaya con ella al ginecólogo y así el adolescente interpreta que su familia se preocupa por su salud sexual y reproductiva. Esto hay que hacerlo, hay que acompañarles, porque si no, recibirán consejos de las amigas o del porno.
Es que la hiperprotección y la desprotección son extremos que hay que evitar. Si les hiperproteges, facilitas que se vuelvan débiles, y si les desproteges, les dejas a la intemperie sin ninguna brújula. Hay que dejar que se equivoquen y permanecer a su lado.
Y en el caso de la tecnología, ¿qué hacer para que suelten la pantalla?
Si le dices: “no sé por qué pierdes tanto tiempo con el móvil o ¡estás todo el tiempo enganchado al móvil, es una adicción”, no va a funcionar.
Para ellos la identidad real y la identidad digital son exactamente lo mismo. Son vasos comunicantes. En la vida digital ellos existen, se relacionan, resuelven sus problemas, se reconocen, reconocen a los demás, buscan toda la información que necesitan.
Para el adulto, el primer paso, es aceptar que eso es así. Y luego, hay que establecer algunos espacios de seguridad, negociar normas.
Por ejemplo, “en la cena no hay móvil que valga y no hay móvil que valga porque esto es una norma de nuestra familia. Somos un grupo, y todos y todas debemos sentirnos cómodos, no solo tú”.
También es importante decirles que la tecnología tiene muchas cosas positivas, pero hacerles ver que también tiene un lado negativo. Ellos normalmente lo ven, lo reconocen.
Entonces le puedes decir que van a establecer unos tiempos de desconexión. Y eso puede ser, por ejemplo, que si todos vamos a hacer deporte o a pasear a un lado, pues dejaremos el móvil todos, y eso quiere decir que el adulto también.
De entrada, ellos rechazan estos espacios de desconexión, pero si se establecen como una rutina, llega un momento en que lo agradecen.
En nuestra escuela, pensábamos que hacerles dejar el móvil a la entrada del aula iba a ser una tarea imposible. Pues bien, no fue así. Lo estamos haciendo desde septiembre y ha funcionado. No ha habido ningún problema, ninguno.
Y cuando ahora les preguntas, ¿qué os parece esto de no llevar el móvil encima? Te dicen que les da una cierta libertad porque no hay que estar pendiente todo el tiempo.
Pero tienen que experimentarlo para darse cuenta de que no es tan malo como parece.
¿Qué es lo más difícil que les toca enfrentar a los adolescentes?
Te voy a contar una historia. Habitualmente les pido a los adolescentes que hagan fotografías filosóficas. La semana pasada leí un trabajo extraordinario de una chica, un trabajo magnífico.
Ella se hacía una pregunta: ¿Qué esconden los adolescentes detrás de su carácter fuerte?
Y la respuesta la da en tres fotografías. La primera se titula: miedo al fracaso. La segunda se titula: inseguridad por no ser aceptada. Y la tercera: prisionera de una idea de normalidad falsa.
¿Qué puede contrarrestar ese tipo de emociones? El apego seguro en la familia, el ser querido incondicionalmente. Eso es lo único capaz de contrarrestar el miedo al fracaso, la inseguridad y la tiranía de la normalidad.
Hay un poema que te gusta mucho compartir con los adolescentes…
Es un poema muy bonito del poeta inglés William Henley, que acaba con una frase que yo la he hecho mía para acompañar a los adolescentes:
Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve a la espalda:
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.