Las gentes del poblado de Yomata, desde los más pequeñitos hasta los adultos, tienen como costumbre prepararse con tiempo para participar en la celebración de las fiestas patronales. Los padres hacen “líos” para conseguir el dinero con que comprar sus “remúas” y las de sus hijos, para estar bonitos en esta fecha especial dedicada al patrón del pueblo.
Los de menos poder adquisitivo, productores agrícolas, jornaleros y trabajadores cañeros, trabajaban duro para reunir los cuartos que luego gastan en ropas y fiestas en las patronales.
Nadie quería perderse esta celebración que, dicho sea de paso, representaba cierta división social entre los habitantes de esta población, ubicada en el lejano sur, ya que algunos no podían disfrutar de esta fiesta.
Por eso creo, y espero no equivocarme, que si existiera un medidor de la felicidad, esta población rompería la marca de las personas más felices.
Estrenar ropas nuevas
-“Amable, ¿ya hiciste tu compra para estrenar en la fiesta?”, era la pregunta obligada de los compueblanos.
Las tiendas, por ejemplo, que eran mayormente propiedad de comerciantes de orígenes turcos, se abarrotaban. Los compradores acudían a adquirir ropas, como pantalones y camisas, zapatos y otras «remúas».
Y no provenían sólo de este pueblito, sino también de pueblos aledaños y de las zonas cañeras.
El mercado y los venduteros hacían sus zafras. Los vendedores ambulantes concurren con sus productos y mercancías por las calles. Mozalbetes y adultos vendían panes de agua y pan de azúcar, pan de estrella, bombones, bienvesabes de cocos rayados, dulces, jalao, canquiñas, cocos de agua, «cañas negritas», mangos y otras frutas.
Los parroquianos comenzaron desde días antes, a sentir el ambiente festivo y la alegría que caracterizaba a estas celebraciones. Las damas compraban telas de organdí y organza (que “son muselinas de tejido de algodón que pueden ser blancas o tejidas de colores pálidos (Wikipedia)”.
También, tejidos de otras texturas y diferentes colores que usaban para hacerse sus vestidos con las costureras del lugar.
Los hombres, en cambio, adquirían en las tiendas “el flus” y sus zapatos negros, marrón y negro, o de color champañas. Los varones, adultos, jóvenes y niños se hacían sus pantalones en las sastrerías del pueblo.
Las costureras no alcanzaban de tantos trabajos, sobre todo vestidos que las mujeres pedían les fueran confeccionados para estrenarlos en la fiesta. Las autoridades del ayuntamiento limpiaban las calles y aseaban el parque, en tanto la iglesia católica elaboraba sus programas religiosos, las misas y los cultos. El coro juvenil y los monaguillos preparaban sus actividades.
Las autoridades edilicias celebran sesiones para tratar acerca de la patronal y emitir resoluciones que dieran colorido y seguridad a las celebraciones.
La banda de música municipal seleccionaba y ensayaba con sus músicos los himnos y marchas marciales que interpretaría en el parque la fecha de la patronal.
Bebidas “por un tubo”
Los bares se abastecen de bebidas alcohólicas, especialmente «romos» y cervezas, que los parroquianos consumen en abundancia durante las fiestas patronales. Los promotores de las principales marcas de rones se encargaban de regalar botellas de estas bebidas a los potenciales consumidores para que “vayan calentando el pico”.
El club social de la comunidad, “La Esperanza”, también prepara su fiesta especial para sus socios. Allí la vestimenta era diferente, las mujeres tienen que asistir con exuberantes trajes blancos o de otros colores, mientras los hombres exhiben sus sacos de casimir inglés, camisas blancas, con corbatas o corbatines, y zapatos de charol reluciente.
Igualmente, estos negocios suelen contratar orquestas nacionales o grupos merengueros para amenizar fiestas en sus respectivos locales.
Llegado el día del Patrón San Antonio, en horas de la tarde y casi llegando la noche, los parroquianos salen alborozados estrenando sus ropas y zapatos lustrosos.
Altivos hombres, mujeres y niños caminan por calles y callejuelas hacia el punto de encuentro, el parque municipal, donde la banda de música entona inolvidables piezas musicales.
Decenas de habitantes del lugar que han emigrado a la capital y a ciudades de Estados Unidos, España y a países y colonias europeas, regresan ese día para disfrutar de esta patronal y del cariño de sus familiares, allegados y amistades.
Sillas y mesas por los aires
Las fiestas en los bares comenzaron temprano. Avanzada la noche, algunos ciudadanos que emprendieron las bebidas muy anticipado en el día, armaron alborotos a trompadas, sillazos y botellazos provocando un corredero entre los asistentes a uno de los bares citadinos.
Desde que se armó la pelea y volaban las sillas, botellas y mesas por los aires, Juancito El Mellizo, se escondió debajo de una mesa en el centro del bar para evitar ser golpeados por los objetos esparcidos con violencia.
Controlada la pelea, la mesa que cubría a Juancito voló y éste quedó desamparado.
Cuando la policía llegó al lugar a poner “el orden entre borrachos”, se encontró con que en medio de la pista de baile estaba Juancito, acurrucado, dizque esperando que termine el pleito, pero sin ninguna mesa encima para protegerse, como él creía.
No obstante, fue llevado preso al cuartel por prestarse para un escándalo público.
Increíble, pero cierto
En el otro bar del lugar los festejos eran más engalanados y eran amenizados por una popular orquesta merenguera de la capital. El comandante policial no quiso perderse aquel momento inolvidable y acompañado de su escolta se ubicó en un oscuro rincón del bar a darse unos tragos.
Una hermosa y apetecible mulata del pueblo le hacía pareja y eso le daba un toque de placer particular, del cual decía tenía derecho como jefe policial de esa comunidad.
En la fiesta se comenzó a rumorear que allí iba a ver problemas. La joven mujer que estaba con el comandante tenía su pareja y era conocido como un hombre muy celoso. A éste se le veía bailar, pero cada cierto tiempo salía fuera del bar y volvía entraba.
En una oportunidad, y mientras la orquesta tocaba el picantoso y bien acelerado ritmo de “La agarradera”, Juancito entró al lugar violentamente, furioso, y machete en mano corrió hacia donde estaba el comandante con su mujer.
Alzó el filoso machete para atacarlos, pero la escolta del oficial se abalanzó sobre él y tras un fuerte forcejeo logró quitarle el arma.
Un miembro de la escolta hizo varios disparos y los asistentes a la fiesta se dispersaron en todas las direcciones. Los músicos cogieron la “de villa diego”, dejando atrás los instrumentos musicales.
Con el “juidero”, los asistentes a la fiesta desprendieron unas lonas que cubrían de intimidad el lugar donde el comandante estaba con la joven mulata.
En eso, aquel discreto rincón se puso, “cual escaparate de tienda”, a la vista de todos. El agente Lucrecio se dio cuenta de la situación, miró a la pareja y atinó a decirle que se taparan. Pero tanto el comandante como su acompañante, debido al “jumo”, los exagerados niveles de alcohol que habían consumido, no entendían sus situaciones.
-“¡Mujer!, ¡mujer! Recoja esa falda y tápate, te están mirando…”, expresó el policía. La mujer estaba tan borracha que no entendía nada, mientras el público presente se deleitaba profusamente.
En tanto, El comandante hacía lo propio, y sin percatarse de que no tenía puesto el uniforme, comenzó a dar órdenes a sus subalternos, y uno de ellos le reprochó:
-“! Comandante! Primero súbase esos pantalones…tiene “eso” en el aire! Éste entonces preguntó por su pantaloncillo, que había extraviado y no lo encontraba.
-“Aquí lo tengo comandante, se lo estaba cuidando”, dijo otro de los policías mientras elevaba la estrujada pieza, como si fuera una bandera, en la punta de su fusil.
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