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A propósito de Mar de Palabras

📷 Ricardo Vega.

Hago la salvedad. Aunque no fui invitado a la navegación teórica en Mar de Palabras, el primer festival de literatura caribeña, inaugurado el pasado viernes, en la ciudad Colonial de Santo Domingo, he tenido de la fortuna de dar seguimiento al evento.

Desde “América Latina: entre reinvención y el futuro de los tiempos de Trump” hasta el diálogo sobre “La literatura como brújula en tiempos inciertos”.

El universo de la literatura caribeña es tan diverso y vibrante que no deja de reflejar la complejidad de la región.

Explora temas como la identidad, la memoria, la migración el colonialismo, la búsqueda de la libertad, fusionando elementos históricos, tradicionales y orales.

La presencia de escritores consagrados, periodistas, académicos y creadores de distintas latitudes hace de Mar de Palabras un escenario ideal para repensar aspectos esenciales de la literatura caribeña, y en particular de la literatura dominicana, de las cual poco o nada se ha hablado o escrito en los últimos años, como herramienta de cambio y sanación que está llamada a ser.

Uno de los aspectos limitantes es esa hegemonía elitista de un círculo que, atrincherado por los siglos de los siglos, se atribuye la propiedad de la misma. Creen monopolizar la obsesión por el sello fiel de la eternidad. Como si fuera un producto consagrado solo para consumo, debate o promoción de ciertos estamentos sociales y semi dioses.

Olvidan que no existe la alta o baja literatura. Sino obras buenas, correctas y fallidas. Que la gran literatura, incluso cuando se escribió miles de años atrás, tiene lecciones para los lectores del presente.

Alguien debe explicar cuál será la estrategia para que la literatura produzca esos cambios esperados, sin un empoderamiento popular.

Como mover de la inercia el panorama: la figura del autor, la industria editorial, las etiquetas culturales, las estadísticas comerciales, el mercadeo nacional e internacional, la valoración social de los libros y hasta las prácticas de lectura.

En cuanto a los temas, algunos, por suerte los menos, se han atrevido a pregonarlo: la literatura dominicana está presa en la era de Trujillo. A partir de qué y cuando se abordarán otras innovadoras concepciones?

En mi caso particular preguntaría cuándo nuestra literatura va a conectar con la presente generación

¿Cómo derribaremos esa aversión manifiesta a la lectura?

¿Qué estrategias impulsaríamos para el paso de la lectura física a la digital?

¿Ha resultado efectiva la metodología implementada hasta ahora desde la educación básica como fuente primaria para la creación y expansión de la vocación literaria?

La inteligencia artificial y los derechos de autor.

¿Qué rol jugará el estado en estos procesos?

En medio de éste oceánico decálogo de inquietudes un único rayito de luz esperanzador visibiliza al escritor: la Unión de Escritores (UED) y la filial PEN-RD.

Son tantas y tan crudas estas realidades que tal vez fue mejor que no me invitaran.

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