¡Qué bueno poder vivirlo!
Hay eventos singulares que no pueden reducirse a ningún espacio sin que los trasciendan; los que ocurren terminando épocas, dándole nacimientos a otras, producto del aquilatamiento de procesos acumulativos, en los que gradualmente todos intervenimos siendo partes; razón por la que no debemos juzgar, sin antes ser juzgados.
Así opto por inclinarme ante quienes han tenido el coraje de asumir el término de un conflicto bélico regional, que produce e impone el hecho que se hace primordial para la creación de otras secuencias coexistenciales, de ilimitadas repercusiones sociales, políticas y económicas.
Cartagena de Indias en Colombia –y Colombia integral- ha sido el escenario de un evento así; donde no habrá de faltar el García Márquez que lo narre a la posteridad desde sus costas, como el inicio de la epopeya, tras de la tragedia de un conflicto continental y humano básico, aun por superar, lo que lograremos.
Cuando León Tolstoy escribiendo, como deberíamos aprender a hacerlo, penetrando el en su narrativa las sutilezas o la bestialidades del alma humana, que es única, una y distinta en cada época, y publicó su “Guerra y paz”, compendio de la tragedia humana, en la que se hacen igual que se deshacen en sus apogeos las naciones cimeras, consumiéndonos a las demás por contagio, arrastrados por la arrogante soberbia orgullosa de la vanidad humana, que sin pensarlo anuncia nuestros holocaustos con las previas fanfarrias seudo patrióticas que anteceden las danzas de las muertes posteriores, donde se desangran en cuerpos ajenos las ambiciones, el egoísmo y las pasiones de las personalidades emblemáticas y las de los comunes que intervienen en ellas, como leña seca que arden a su calor encendiendo a otras, de una época que estalla revelando nuestra fragilidad existencial, la que tan fácilmente nos conducen al naufragio bélico del que somos participes, actores sociales que tejemos la guerra o la paz, a imagen y semejanza del arma o psicología social tensionada por iguales valores, convirtiendo a la guerraen obsesión fatal.
Hagamos inevitable la paz, no la guerra ni otras tragedias humanas específicas de cada tiempo e inexcusables siempre.
Es parte de la poca entendida filosofía tolstoyana que hizo de él un hombre sin tiempo, un hombre universal que nos es familiar, en el que nos reconocemos, porque los sentimos dentro, cuyo mensaje después de su muerte en 1910, fue acallado por las grandes violencias del siglo XX, pero al que podemos remitirnos para redimirnos rescatándonos en la dirección de su fe, puesta en los hombres, en su comprensión de que la guerra y la paz, no son de un país –hoy Colombia- sino una propiedad, por tanto una responsabilidad que nos involucra a hombres y mujeres del mundo actual.