En torno al poder se articula nuestra civilización a escala planetaria. Es la pesada herencia de miles de años de formas de control de unas minorías sobre las mayorías. Tiene en el Estado su forma política y el sistema capitalista su expresión actual de acumulación de riqueza. Ambas expresiones han pasado a ser parte del sentido común de la casi totalidad de los seres humanos que no imaginan ninguna otra forma de organizar la vida en sociedad y la generación de los medios materiales de sostenimiento de la vida humana.
El hecho innegable de que estamos destruyendo el ecosistema planetario y que miles de millones de seres humanos siguen excluidos del acceso a la salud, la educación y una alimentación adecuada, incluido el no acceso a agua potable. Los medios de comunicación -hoy día fortalecidos por las formas que tiene el Internet- sirve para distraer a la mayoría de los verdaderos problemas o denigran (hoy le llaman bullying) a quienes denuncian esos problemas reales. El negacionismo de la crisis ecológica es un buen ejemplo.
Las democracias que tenemos son controladas por plutocracias ocultas tras partidos políticos formados por ambiciosos carentes de propuestas para el desarrollo de la sociedad. La codicia agota los modelos productivos y han convertido el consumismo en el ideal de vida, con el agravante de que está destruyendo el entorno vital de la naturaleza y colocando el riesgo la sobrevivencia de nuestra especie. No es posible que el modelo actual de producción y consumo cubra a toda la humanidad sin destruirla, ya que el criterio es generar riquezas a los propietarios de los medios de producción.
Hay que reconocer que todavía no tenemos un modelo político y económico que trascienda al actual y que demuestre que sea superior en brindar libertad, justicia y prosperidad. Pero el tiempo se nos agota si seguimos el curso actual de los hechos, posiblemente nuestros nietos no puedan sobrevivir a la hecatombe ambiental y política que se avecina. El socialismo que conocimos durante el siglo XX, y que se ha prolongado en algunos casos hasta el presente, demuestra constantemente su inviabilidad y los procesos de globalización han caído en crisis por no tomar en cuenta la inclusión de todos los seres humanos en sus beneficios.
No podremos sobrevivir si el eje del desarrollo sigue siendo la codicia. La prosperidad de la mayoría no es compatible con las tasas de ganancias demandadas por Wall Street. El populismo ascendente con rasgos fascistoides que estimulan el racismo y la misoginia está disolviendo el tejido social de muchos países. El rechazo a las migraciones que buscan desesperadamente donde vivir en paz y dignidad es un síntoma de que el orden mundial sigue siendo excluyente. O construimos un modelo político y económico incluyente y ajeno a la codicia o la vida -incluida la humana- desaparecerá del planeta en pocas décadas.