Es afortunado que el Covid-19 cogiera a la humanidad con una interconectividad digital impensable hace años. La Internet está permitiendo que sobrevivamos a la cuarentena sin morir de aburrimiento.
Más aun, la parte de la economía que continúa operando depende grandemente de las telecomunicaciones. La nueva realidad acelera esta dependencia. Podemos enorgullecernos de que las prestadoras del servicio, con Claro como líder, satisfacen sin inconvenientes la demanda inusualmente aumentada de sus clientes.
Parte del mérito es del Indotel y las autoridades, pues según demuestran con el 9-1-1 y el proyecto República Digital, están promoviendo una mayor conectividad digital. Sin embargo, urge que se estimule a las empresas privadas para que evolucionen el ancho de banda y la capacidad de los accesos de Internet.
Necesitamos promover mayor acceso universal de banda ancha como un derecho esencial, imprescindible para los negocios, la educación, el buen gobierno y la libertad. Sólo políticas públicas adecuadas atraerán la enorme inversión que se requiere.
El gobierno ordeña tantos impuestos a las telecomunicaciones que sería un gran negocio.