A los habaneros les gusta caminar por sus calles. Es impresionante la sensación que transmiten las edificaciones de los años 50 y la preocupación que da caminar debajo de ellas. Pero La Habana no es una ciudad que haya superado al tiempo. Todo lo contrario. La Habana, a pesar de todo, no se ha montado aún en el tren de la historia.
Para los que no la conocen, es una ciudad muda, que no sabe cómo hablarnos, o que no sabe cómo traducir. Su Malecón, la arquitectura, los carros antiguos, los inventos de tres ruedas que los cubanos llaman Coco Taxi, hacen que LaHabana tenga otra índole, inatrapable.
Santo Domingo y La Habana, aunque son ciudades con muchas cosas en común, son muy distintas.
La Habana es descolorida y organizada, Santo Domingo es tecnicolor y desorganizada. Una tiene almendrones, la otra tiene conchos. Una tiene tapones por el exceso de vehículos, la otra tiene animales que cruzan las calles y congestionan el tránsito. Una tiene algunos edificios viejos como zona turística, la otra es solo para turistas y todas sus edificaciones son antiguas.
Cuando analicé estas y otras diferencias, no pude evitar poner en marcha la imaginación para hacer el siguiente ejercicio: ¿se imaginan La Habana con algunas de las dominicanadas que caracterizan nuestra ciudad?
¿Cómo sería la Habana con la cantidad de conchos y guaguas públicas que hay en esta capital? ¿Qué harían los cubanos con un parque temático que tenga como líder al mono Gorila? ¿En qué lugar pondrían un parque de luces en tiempo de Navidad? ¿Qué dominicano haría una fila de horas para comer helados? ¿Cómo transitarían los “jeepetones” en esas calles tan estrechas de La Habana? ¿Y los AMET?
¿Cómo justificarían sus sueldos si ni en las avenidas principales de la capital de Cuba hay entaponamientos que ameriten la intervención de dudosa habilidad de las Autoridades Metropolitanas?
Estas comparaciones son aspectos de la fachada, pero lo que realmente marca la diferencia es su sociedad, la gente.
La actitud de unos y otros es una antítesis intangible.
Están esas personas que sin importar que la situación esté cada vez más difícil, se siguen sintiendo identificados con su país. Y las personas que muestran sus ciudades a los extranjeros con orgullo, a pesar de las mil y una dificultades que se deben soportar, el pensamiento de luchar por un mejor país se mantiene incólume.
Dominicanos y cubanos, a pocas millas de distancia, reúnen similitudes y diferencias, pasados distintos, un presente forjado por luchas y sudor, y un futuro que parece tomar distinto rumbo para unos y otros, pero es ahí, en el horizonte del mar Caribe, donde nos volvemos a juntar, abrazados por el calor, el amor propio y la convicción inquebrantable de que saldremos adelante, una vez más.
“La patria no es la tierra. Los hombres que la tierra nutre son la patria”. Rabindranath Tagore