Escribo estas líneas sentado a muy pocos metros del mismo lugar donde, hace cincuenta años y siete días, vi volar por los aires las instalaciones de la revista ¡Ahora!, dinamitada por las oscuras fuerzas de la intolerancia política.
Yo había fundado esa revista tres años antes y fui su director durante dieciséis años, hasta que tuve que negociar su venta por apremios económicos.
Pero “¡Ahora!” siempre fue, y lo sigue siendo, una especie de mi quinto hijo, con su secuela de satisfacciones por el deber cumplido y de amarguras por la incomprensión de los enemigos de la vida institucional.
Hoy contamos que el planeta ha dado cincuenta vueltas alrededor del Sol desde aquella trágica madrugada en que se quiso silenciar la revista que acogió en sus páginas todas las corrientes políticas del momento, menos a aquellas que se oponían a un orden constitucional.
Me pregunto si habrá valido la pena los sacrificios sufridos por quienes, como “¡Ahora!”, lo dieron todo por un sueño que todavía no se materializa. Y la respuesta es que sí.
Por muy lejos que parezca, no podemos renunciar a la derrota de la corrupción y la impunidad, ni al triunfo de una Constitución que falta por hacer, pensada para la felicidad del pueblo dominicano.
l