El olor y el olvido
La casa estaba impregnada de un intenso olor. El olor de una fruta que no recordaba.
—¿A qué huele? —preguntó el hombre a su esposa.
La mujer se entretuvo buscando las palabras necesarias, y luego dijo:
—Son los guineos maduros que compré ayer para ti.
El hombre. Varios minutos después, volvió a preguntar.
—¿Qué olor es ese que se siente en la casa?
La mujer estaba acostumbrada. Y respondió, con dulzura, despacio:
—Son los guineos maduros que compre ayer para ti.
Una manzana
Él le preguntó a ella: ¿Te gusta?
Y ella respondió: Sí. Me encanta.
Y él dice: Qué felicidad. Quién lo diría. Tú y yo, dos gusanos, comiéndonos esta rica manzana.
En ese momento Eva le pasa la manzana al hombre, que había guardado para él durante varios días; y él, con una dentellada, acabó con la felicidad de los dos gusanos.
Vivirás en mis recuerdos
—Amor, amor. Gracias a Dios despertaste.
—Sí. Desperté.
—El doctor dijo que fue un éxito la cirugía. Tienes un corazón nuevo.
—Sí. Mi amor. Y tú serás mi esposa para siempre. Y vivirás en mi memoria. Pero lo que ahora late dentro de mi pecho no es el corazón que te amaba.
El cementerio del amor
—Y cuando el amor se muere, ¿a dónde lo llevan?
—Cuando un amor se muere va directo al cementerio del amor; y llega solo. Nadie lo lleva.
—Muy triste.
—No te imaginas. Muy triste.
—Hay que tener resignación.
—Sí. Sobre todo cuando se muere de golpe. Sin avisar.
No hay segunda vez
La ambulancia recogió el paciente a tiempo. El equipo paramédico tuvo que bajarlo de un décimo quinto piso por las escaleras. Porque no había energía eléctrica en el sector.
Todo estaba preparado en el hospital.
La ambulancia tenía que cruzar la ciudad de un lado a otro.
Avisados y a la espera los mejores cirujanos. Todo el personal de enfermería también.
La operación iba a ser un éxito, pero debido a los embotellamientos de las calles y avenidas de la ciudad, el paciente no llegó.