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Chispitas de colores

Nassef Perdomo Cordero
📷 Nassef Perdomo Cordero, abogado.

La semana pasada miré el último monólogo de un cómico que suele gustarme porque trata con mucha gracia, y cierta aspereza, temas vivenciales del proceso de madurar.

En esta ocasión, sin embargo, uno de sus temas escogidos tuvo un efecto inesperado: despertó en mí una inquietud que pensaba superada.

Este cómico no tiene hijos, y comentaba —con más acierto del que me resulta cómodo— la forma en la que sus amigos que sí son padres ven afectadas sus vidas. Contrastaba las limitaciones propias de la paternidad con la libertad de la cuál él disfruta.

Si somos honestos, no le hace falta razón.
Ser padre y asumirlo implica sacrificios importantes, pero sobre todo renuncias. Quien se detiene a pensarlo está obligado a reconocer que al tomar en serio esa responsabilidad quedan en el camino muchas cosas materiales e inmateriales.

Se vuelven quimera innumerables proyectos personales y profesionales, deseos de conocer ideas, personas y lugares que ya no habrá tiempo o recursos para visitar. No es que todo queda relegado a un segundo plano, pero nos vemos obligados a escoger entre cosas que antes hubiéramos podido atender juntas.

Por ello siempre digo que, a pesar de estar convencido de que ser padre es lo mejor que me ha ocurrido en la vida, no lo recomiendo. Y no porque no crea que valga la pena, sino porque las renuncias son tan profundas que quien necesita recomendación para saber si debe tener hijos es porque no es lo mejor para sí.

Por suerte para mí, el pesar me duró poco. Dos días después de ver el monólogo, mi hija mayor me pidió que la llevara a tomar helado. En el camino ella me contaba con lujo de detalles sobre su antojo. Al llegar a la heladería, escogió y fue a sentarse a esperar.

Fue en ese momento que descubrí que, por primera vez en varias décadas, me emocionaba profundamente algo tan simple como la llegada de un helado.

Entendí que las renuncias tienen su recompensa: redescubrir la emoción en lo simple y lo cotidiano. Recordé lo que mis incertidumbres me hicieron olvidar por un momento, y es que la libertad de no tener hijos es una opción válida, y la mejor para muchos. Pero que para mí la felicidad está en la expectativa de una malteada con crema batida y chispitas de colores.

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