Xi Jinping llegó al poder en un momento en el que China, en 2012, había capeado la crisis global financiera y es uno de los países más importantes del mundo.
China es un país tremendamente difícil para un periodista, cubras el tema que cubras.
Y la situación no hace más que empeorar: el año pasado, el país expulsó a al menos 18 corresponsales extranjeros. A ellos se sumó la salida del periodista de la BBC John Sudworth este mes, que se trasladó a Taiwán ante el acoso y la persecución de las autoridades.
«China definitivamente se está cerrando», advierte Jeremy Goldkorn, «parece que estamos de vuelta en los años 90».
Goldkorn estuvo viviendo dos décadas en el país y es hoy un analista de referencia, como editor en jefe de SupChina y cofundador del podcast Sinica, dos medios que explican China a Occidente derrumbando estereotipos.
Con él conversamos sobre el cambio en cuanto a la prensa extranjera, pero también sobre el poder real del Partido Comunista, los abusos contra la minoría uigur musulmana en Xinjiang o la diplomacia de las vacunas china en Paraguay.
¿Está China cerrando sus puertas a la prensa extranjera?
En una palabra, sí. Les está haciendo más difícil entrar y lo está haciendo de diferentes maneras: por ejemplo, ralentizando el proceso de otorgar un visado o con el tipo de comportamiento que alejó a John Sudworth, que es acoso puro y duro.
Y también lo hace negándose a renovar sus visas, como hizo con tres medios estadounidenses, en represalia por decisiones de EE.UU. el año pasado.
Pero también se está haciendo más difícil trabajar en China.
Así que definitivamente se está cerrando, parece que estamos de vuelta en los años 1990, antes del gran flujo de corresponsales que llegó a Pekín de cara a las Olimpiadas. Están volviendo atrás en el tiempo.
¿Cree que los galardonados reportajes de John Sudworth sobre la situación en Xinjiang fueron la principal razón de la campaña de presión de las autoridades hacia él y su familia?
Sí lo creo.
Tiene sentido, porque fue la información crítica de mayor prominencia que dio y, si te fijas, en los últimos dos meses, el gobierno chino ha redoblado una campaña de propaganda intensa y bien financiada sobre Xinjiang que va desde periodistas de medios estatales y otros medios en Twitter a costosos documentales de CGTN [el servicio en inglés de la cadena estatal china] o el film propagandístico que fue proyectado en la embajada australiana.
Por tanto, su trabajo [el de Sudworth] en Xinjiang parece ser la razón más lógica por la que incrementaron el acoso.
También creo que, una vez que el gobierno chino y, bueno, sus servicios de seguridad, deciden que estás en la lista de enemigos de la República Popular, te van a hacer la vida difícil. Hagas lo que hagas.
Así que quizás el acoso a él y a su familia fue la consecuencia más directa de sus reportajes sobre Xinjiang, pero creo que a cierto nivel el gobierno chino está intentando mandar el mensaje a todos los periodistas de que si continúas con un periodismo crítico, sea de lo que sea, te van a complicar la vida.
«A medida que la represión crece, China se parece cada vez más a Corea del Norte». Así titulaba un artículo sobre una visita a Xinjiang el año pasado Anna Fifield, exjefa de The Washington Post en China y quien informó extensamente sobre las DOS Coreas. ¿Se está convirtiendo China en Corea del Norte en términos de medios de comunicación y censura?
Sí. Pero no sé si esa comparación es realmente útil porque Corea del Norte es tan extremo… y está en una situación diferente a la de China.
Si lees el artículo, creo que la comparación es un poco más sutil (…) Si dices que China se está convirtiendo en Corea del Norte, probablemente eso no transmita la complejidad del asunto.
En algunos casos, por ejemplo, en Xinjiang o en el Tíbet, es imposible hacer periodismo independiente. El acceso a funcionarios del gobierno es ahora mucho menos fácil que lo que era hace 10, 15 o 20 años, así que se está convirtiendo más en Corea del Norte que lo que era hace solo unos años, pero personalmente no sé si esa comparación es la más útil.
En SupChina y en el podcast Sinica, trabajan para explicar China a Occidente derrumbando juicios erróneos o malentendidos, remarcando que la realidad de China es siempre muy compleja. En cuanto a la situación en Xinjiang, ¿qué nos estamos perdiendo?
Mmm… No sé, la forma en que el gobierno chino lo ve es que tenían un problema de terrorismo y, pese a que desde el punto de vista occidental, gran parte de eso es visto como una exageración o una invención, es cierto que hubo dos incidentes de violencia muy difundidos: la explosión de una bomba y ataque en Urumqi [capital de Xinjiang] y los ataques con cuchillo en la estación de tren de Kunming [capital de la provincia sureña de Yunnan].
Ambos, tanto si crees que estaban justificados o no —eso es una cuestión totalmente diferente—, fueron ataques terroristas. Buscaban aterrorizar a la población civil.
Y creo que no hay mucha discusión en los medios occidentales sobre por qué el gobierno chino está haciendo lo que hace [en Xinjiang], y el hecho de que están respondiendo a algunos problemas reales que tienen. Y, aunque rechacemos sus métodos, no se puede negar que hay un problema con el que han tenido que lidiar.
Creo que quizá eso se queda fuera de la cobertura.
Pero, aparte de eso, no creo que nos estemos perdiendo mucho en la prensa occidental. Creo que los medios extranjeros han hecho un muy buen trabajo: exponiendo los abusos que se están produciendo, abusos que están al nivel de crímenes contra la Humanidad; deberían salir a la luz y deberían parar. Y es el trabajo de los medios exponerlo, así que en ese sentido no creo que nos estemos perdiendo nada.
Si lo estamos haciendo, el problema es del gobierno chino, porque no deja que periodistas reales entren a Xinjiang para informar de verdad sobre lo que está pasando.
La imagen que tenemos es parcial: nadie puede tener acceso a los campos. Solo nos queda recoger los relatos de testigos.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias para el mundo y para Chinasi Pekín continúa por este camino de expulsar a corresponsales?
Creo que China está cada vez más confiada en que puede gestionar las consecuencias.
En el largo plazo, dañará a China, porque los periodistas extranjeros, con algunas pocas excepciones, desarrollan una cierta simpatía hacia la sociedad, e incluso hacia el gobierno. Sus reportajes no son solo sobre las cosas malas que están ocurriendo en China y tienden a humanizar el país y a la gente por sus experiencias, están pasando tiempo allí y ven los detalles: que el país es mucho más que la represión de disidentes, que Xinjiang es una parte terrible de lo que está pasando pero hay mucho más.
Cuanto menos color y textura del día a día tengamos en los medios, más fácil será para el mundo exterior demonizar a China y deshumanizarla.
¿Por qué China está cambiando su actitud hacia la prensa extranjera?
Creo que es por una combinación extraña de fortaleza y debilidad, de confianza e inseguridad.
Creo que, por un lado, Xi Jinping llegó al poder en un momento en el que China, en 2012, había capeado la crisis global financiera y es uno de los países más importantes del mundo, en base a cualquier índice económico.
Es un país indispensable. Cualquier país tiene algún tipo de trato con China. Ya no es pobre y débil. Estaba empezándose a verse como un país rico y poderoso. Así que hay un cierto sentimiento de orgullo y de la posible arrogancia que conlleva.
Al mismo tiempo, creo que Xi tiene la fuerte sensación de que si el Partido Comunista no es cuidadoso, China acabará como la Unión Soviética, y acabará como Rusia, que obviamente es una súper potencia, pero en algunos aspectos nadie ya lo toma en serio como país.
A pesar de lo orgullosos y seguros que Xi Jinping y muchos ciudadanos se muestran respecto a los logros del país, existe un profundo sentido de inseguridad sobre cómo las cosas podrían ir mal. Y eso está detrás de la susceptibilidad absoluta con la que ven cómo se cuenta lo que ocurre en China, sobre todo a nivel interno pero también a nivel internacional.
Eso se suma al sentimiento de que China, en cierto modo, cada vez necesita menos a otros países, pero es en estos momentos donde tanto el orgullo como una especie de paranoia confluyen, lo que lleva a que sientan que ahora mismo los periodistas extranjeros no son realmente la gente que necesitan.
Eso también puede explicar el cambio que hemos visto en la diplomacia china en el último año. ¿Los llamados ‘guerreros lobo‘ [diplomáticos que defienden la posición de Pekín con un lenguaje duro en redes sociales y otros ámbitos, difundiendo en ocasiones desinformación] han llegado para quedarse?
Eso parece. Y es parte del mismo problema: el deseo del Partido Comunista de moldear la historia que se está contando, impulsado al mismo tiempo por la arrogancia y la paranoia.
Al menos, en el futuro cercano, no veo que eso cambie.
Parece una continuación de la posición más asertiva de China en la arena internacional bajo el gobierno de Xi Jinping.
Lo es, sin duda.
Durante muchos años en Occidente se asumió que China un día se convertiría en un país democrático, pero hoy eso parece un sueño que se ha desvanecido. ¿Cree que esa percepción responde a la incomprensión sobre cómo China se ve a sí misma y cómo quiere ser percibida en el resto del mundo?
Sí, creo que lo es.
Muchos académicos, políticos o periodistas quizá estaban actuando bajo la percepción de que a medida que China se enriqueciera y se viera más integrada en el mundo, se volvería más liberal. Y ese no ha sido el caso.
Quizá si no fuera por Xi Jinping no sería así. Por otro lado, no obstante, parte de los giros antiliberales que China ha tomado le preceden.
Ese momento de optimismo sobre China abriéndose para mí terminó en 2009. Al menos es cuando yo empecé por primera vez a pensar que no iba a funcionar. Yo mismo fui uno de los que estaba actuando bajo la equivocación de que China se liberalizaría gradualmente.
¿Por qué en 2009?
Por dos factores: primero, las exitosas Olimpiadas [de Pekín, 2008].
E inmediatamente después, se produjo la crisis financiera global, cuando se comprobó que Wall Street —el sistema financiero y económico estadounidense que era admirado y que, en muchos aspectos, era estudiado e imitado por el gobierno chino— no era tan fuerte ni acertado como se pretendía.
Y, al mismo tiempo, China navegó las aguas de la crisis, gracias en mayor medida a la habilidad del gobierno de utilizar esa fortaleza de capear la tormenta y de asignar el gasto de una forma en la que solo puedes hacerlo si tienes un poder centralizado.
Así que creo que, después de 2009, numerosas personas —desde estudiantes a académicos o ciudadanos del común— empezaron a pensar que la admiración previa a Occidente quizá había estado fuera de lugar. Ese fue un punto de inflexión.
¿Qué otros importantes malentendidos o percepciones erróneas se tienen sobre China en Occidente?
Creo que uno de los malentendidos que ha habido y que aún se ve es que existe un grupo poderoso de ‘reformistas’ dentro del Partido Comunista; que si se les apoyara, eso permitiría que se liberalizara todo.
En Occidente hemos sobrestimado el atractivo del modelo occidental de la democracia liberal y, al mismo tiempo, hemos infravalorado la capacidad del PCCh: pese a todos los problemas que China tiene y los que se pueda tener con el partido, han probado ser extremadamente competentes gobernando el país.
Le pregunto ahora por otra de las percepciones que se tienden a ver en Occidente: ¿busca China dominar el mundo?
No creo que China esté planeando dominar el mundo exactamente: creo que el Partido Comunista quiere convertir el mundo en un lugar seguro para su forma de gobierno. Y garantizar así su permanencia en el poder en el largo plazo. Ese es su objetivo principal.
Pero, para hacer el mundo más seguro para el PCCh, China necesitará crecer económica y militarmente y ahí es donde es incierto a qué puede llevar.
No creo que Xi Jinping sea como un villano de cómic tramando cuándo invadir EE.UU. o cuándo tomar el Sudeste Asiático y crear una colonia.
No creo que China piense como una antigua potencia colonial, pero creo que el resultado de hacer que el mundo sea más seguro para el gobierno del PCCh llevará a la dominación china, especialmente en la esfera económica mundial, lo que pondrá en una situación incómoda a mucha gente.
Así que se trata de pura supervivencia.
Esa es mi visión, sí.
Pasemos a hablar de la relación entre China y EE.UU. Se escuchan alarmas ante una posible «nueva Guerra Fría» en boca de, por ejemplo, el secretario general de la ONU; mientras otras voces consideran que tenemos que tener cuidado sobre cómo describimos la relación entre las dos superpotencias. ¿Usted ve inevitable una nueva Guerra Fría?
Creo que todo el mundo tiene su propia definición de lo que la Guerra Fría significa. Pero creo que, en muchos aspectos, esa definición oscurece el asunto más que iluminarlo.
Porque [la situación] es simplemente muy diferente de, digamos, la Guerra Fría 1.0., pero supongo que lo que se relaciona con ella es que nadie está enfrentándose directamente, pero existe una tremenda hostilidad.
¿Es Taiwán el mayor riesgo de enfrentamiento entre China y Estados Unidos?
Taiwán y el Mar de China Meridional, en términos generales. Son dos asuntos diferentes pero muy relacionados.
Creo que el riesgo con Taiwán es que Xi Jinping decida que ahora China está en una posición de fuerza y que es el momento de actuar. Ese sería con Taiwán, pero por lo general ambos son un peligro.
El mayor riesgo es que, con la creciente militarización de la zona […], se produzca algo en lo que tengas a las dos partes irritadas entre sí, ya sea China o Estados Unidos, o quizá otro país, pero que EE.UU. sienta necesario involucrarse; que ocurra algún tipo de incidente no planificado necesariamente: un barco colisiona con otro barco, y mueren marineros estadounidenses. Un accidente o error de cálculo, y que se salga fuera de control.
Para mí, ese es el gran riesgo, seguido de cerca por que China decida actuar sobre Taiwán.
Incluso en la pandemia, la presión sobre Taiwán no ha dejado de aumentar y ha llegado a Latinoamérica: este mes, Taiwán acusó a Pekín de ofrecer vacunas chinas para presionar a Paraguay para que cortara sus relaciones con la isla. Paraguay es uno de los pocos países que reconocen a Taiwán como Estado soberano. ¿Cómo ve la diplomacia de las vacunas de China y estas disputas?
La pandemia podía haber sido muy mala para los esfuerzos diplomáticos internacionales de China y obviamente está sufriendo algunas consecuencias negativas en cuanto a su reputación, entre otras.
Pero, por otro lado, China ha hecho un buen trabajo en darle la vuelta, tanto controlando la pandemia en el país como con la diplomacia de los equipos de protección y las mascarillas, primero, y ahora la de las vacunas.
Honestamente, si eres un país pequeño pobre, y no te están llegando vacunas de COVAX aún y EE.UU. o Reino Unido no están prometiendo nada, mientras China está diciendo ‘si te portas bien con nosotros, te haremos llegar vacunas’…
[Pekín] quiere sacar el máximo provecho de esta oportunidad o de la diplomacia de las vacunas y presionará a todos los países que aún reconocen a Taiwán.
Y en ese momento de éxito en la contención del virus en China y una recuperación económica robusta, se producirá este año un destacado aniversario en el país: el centenario del Partido Comunista. ¿Es el poder del PCCh en China más fuerte que nunca?
Sí.
Muchos de sus ciudadanos creen que el país ha hecho un gran trabajo controlando la pandemia. Obviamente han usado su aparato propagandístico para asegurarse de que esa es la historia con la que se quedan, pero creo que han tenido mucho éxito en eso.
Han salido más fuertes que nunca. Solo añadiría una salvedad y tiene que ver con un libro. Mi descripción favorita de China es en muchos aspectos la del título del libro de Susan Shirk: «China, una frágil súperpotencia» (China: Fragile Superpower). Podríamos hablar también del ‘frágil poder del Partido Comunista’.
En muchos aspectos, [el PCCh] está en la posición más fuerte en la que se ha visto nunca. Pero, por otro lado, se enfrenta a problemas por todos lados: desde la hostilidad internacional hacia campañas contra los uigures y otras minorías y religiones, a enormes problemas medioambientales —el gobierno chino debería ser debidamente elogiado por hacer del cambio climático una parte importante de su agenda, pero aún existen enormes crisis ecológicas—, o la creciente desigualdad…
Han salido más fuertes que nunca de la pandemia, pero al mismo tiempo los problemas que tienen que enfrentar no han disminuido.
¿Ve algún indicio de disidencia en el seno del Partido Comunista respecto a Xi?
La marca del gobierno de Xi es haberse posicionado para gobernar por un largo periodo de tiempo, posiblemente para el resto de su vida.
Y tiene todas las palancas de poder en sus manos, todas, y ha conseguido que el PCCh respalde el culto a la personalidad. Eso va a hacer muy difícil que veamos algún cambio en el liderazgo.
Creo que hay mucha gente que se queja y que no está necesariamente contenta con él o con la forma en que escala posiciones, pero creo que no son lo suficientemente fuertes o significativos como para provocar un cambio. Al menos no ahora, ni en un futuro cercano.