Chile y Bolivia, dos caras de una moneda

Chile y Bolivia, dos caras de una moneda

Chile y Bolivia, dos caras de una moneda

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Las noticias llegadas de Chile y Bolivia en las últimas semanas llaman a preocupación. Movilizaciones sociales masivas han hecho tambalear al gobierno de Sebastián Piñera y han dado al traste con el del presidente boliviano Evo Morales.

La lección obvia, en ambos casos, es que no bastan las urnas para poder gobernar: hace falta también atender las necesidades de la sociedad.

Pero hay otra lección que debemos aprender de estos sucesos, y no tiene que ver con lo que allí ocurre, sino con cómo reaccionamos en el país. Las razones de las movilizaciones en Chile son conocidas: existe un profundo descontento con el sistema económico y la repartición de la riqueza.

Las de las movilizaciones en Bolivia también lo son, la anulación por vía del Tribunal Constitucional de un referendo adverso, así como el más que probable fraude electoral del que se le acusa, llevó a Evo Morales al abismo.

En ambos países se vivieron semanas de violencia, saldadas con la muerte de al menos quince manifestantes chilenos y tres bolivianos.

Son fenómenos complejos en sociedades igualmente complejas que no conocemos bien. Pero esa falta de conocimiento no ha sido obstáculo para que algunos dominicanos llegaran a conclusiones facilonas sobre estos acontecimientos. Conclusiones que, además, revelan la preocupante visión que tienen sobre la realidad de nuestro propio país. Para ellos, los manifestantes en Bolivia son “el pueblo”, pero los chilenos son “vándalos”.

El uso de la fuerza en Bolivia fue inaceptable, pero justificable en Chile, donde dejó cinco veces más muertos y casi dos centenas de personas con discapacidad visual por disparos con balas de goma.

Entienden que lo ocurrido en Bolivia es una victoria de la democracia, pero que en Chile las manifestaciones son una amenaza a ese valor.
En pocas palabras, piensan que lo que valida un movimiento social o un gobierno en ejercicio es, simplemente, que concuerde con sus opiniones.

Si les gusta el presidente todo le es permitido; si les disgusta, todo vale en su contra. Algunos ansían que lo mismo ocurra en el país, apostando por el caos como sustituto de las urnas.

Nadie debe llamarse a engaño, la vida en democracia es complicada.

Sus soluciones son imperfectas, como lo es siempre el equilibrio entre el sentir popular y los resultados inmediatos y a mediano plazo de la voluntad de los votantes.

Ni los votos lo justifican todo, ni la calle puede sustituir las urnas.

Y, sobre todo, las botas no deben sustituir los votos. Lo que sí es cierto es que para vivir en democracia hay que entender que hay límites para intentar obtener resultados políticos o sociales. Si hay algo que no cabe en una democracia en proceso de afianzarse son esos seres que piensan “lo que yo quiero, o que entre el mar”.



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