Frederich E. Bergés
El pasado 18 de octubre se cumplió un año del inicio de las protestas callejeras chilenas que tanto daño han infringido y tantas brechas se han desnudado.
Bajo el lema “no son 30 pesos sino 30 años”, todo un pueblo, mayormente joven, se ha rebelado en contra de la autoridad bajo el lema de un cambio constitucional.
A pesar de que el modelo económico liberal chileno logró eliminar la desnutrición infantil, reducir la pobreza de un 38% a un 8%, duplicar la clase media, lograr el mayor Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de américa del sur y que 8 de cada 10 estudiantes universitarios son de primera generación, los manifestantes han reclamado una gran inconformidad. Y uno se pregunta, ¿por qué esta convulsión, y a nosotros en que nos afecta?
Lo primero es que políticamente se ha fraccionado el poder en un racimo de partidos donde ninguno refleja la representatividad mayoritaria, dificultando con ello la gobernabilidad. A esto le ha acompañado crecientes beneficios para la clase gobernante, sus familias y allegados, dentro de un ambiente cada vez de mayor impunidad para políticos y las poderosas clases económicas.
Finalmente, la educación se convirtió en mediocre, dirigida por el clientelismo en vez de la calidad y el descuido cada vez mayor del sector público a otros servicios básicos como la salud, transporte, aguas y energía, entre otros.
Si bien es cierto que en República Dominicana se nos ha querido adoctrinar acerca del crecimiento del PIB como la oración santa del bienestar, aún no ha crecido la inconformidad de la clase media hasta la toma de las calles. Pero si debemos reconocer que la parcialidad y disfuncionalidad de la justicia y las manipulaciones de las leyes del mercado en favor del puñado de allegados al poder político, produce una especie de similitud de ambientes.
Aprendamos de lo que ocurre en Chile actualmente para que mañana no nos estemos lamentando de la pérdida de este aparente deseo de superación y crecimiento que todos aspiramos.
