El periódico español “El País”, considerado uno de los mejores del mundo, trae en su edición de ayer un artículo titulado “En serio, suprimamos el Senado”, de la autoría de Carlos Garrido y Eva Saenz, ambos profesores de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza.
Entre las razones expuestas por ellos para pedir la abolición del Senado en su nación he encontrado algunas que bien podrían ser aplicables en el caso dominicano, y como yo he abogado en varias ocasiones por una cámara única en el Congreso, aprovecho esta oportunidad para servirme con la cuchara grande e insistir en el tema.
No me refiero -que conste- a ningún senador de carne y hueso en particular (muchos son mis amigos), sino a la institución como tal, la cual, como afirman los citados autores, duplica innecesariamente la representación política del Congreso y multiplica -agrego yo- los gastos del Estado para obtener los mismos resultados.
No se establece, en términos generales, ninguna diferencia sustancial entre lo que hace una cámara legislativa y la otra. Para colmo, casi siempre ambas cámaras están controladas por el mismo partido. Ya se percibe una corriente internacional para suprimir el Senado en varias naciones civilizadas.
Los autores del artículo que comento nos recuerdan que Dinamarca eliminó el Senado en 1953, Suecia en 1970, Croacia en 2001 e Italia lo suprimirá como cámara legislativa “en el marco de una reforma constitucional más amplia”.
Estoy consciente de que aquí la cosa es más difícil, por aquello de que “quien hizo la ley hizo la trampa”, y los senadores y diputados no van a legislar en su contra. Pero que se sepa, por lo menos, que no estamos solos en nuestras convicciones de que, con todo respeto, el Senado está demás.