Usar el discurso del miedo como estrategia política para boicotear el Censo Nacional de Familia y Vivienda es la repetición de sectores, dismimuidos políticamente, de lo que, con pocos réditos electorales, a pesar de su teatralidad, han hecho por años.
Odian los números y recurren al cuco haitiano y alegados planes fusionistas de los dos países que compartimos La Española. Desean que vivamos haciendo políticas públicas a tontas y a locas, aunque dañemos la actual gestión de gobierno como las futuras y a los destinatarios de las decisiones políticas.
Con sus gastados e intimidatorios discursos prefieren protagonismos, likes, tweets, retweets y comentarios, apelando a exagerados mensajes patrioteros, xenóbos y nacionalistas, con el objetivo de concitar atención electoral. Nunca directamente.
Lo hacen a través de alianzas electorales, a las que poco suman, por los pírricos resultados conocidos.
Azuzar y amedrentar para resistirse a una necesidad, para saber cuántos somos, dónde estamos y nuestros niveles de vida, apelando al sentimiento que tenemos por nuestra tierra, valores, afectos, cultura e historia, constituye un fraude patriótico.
Creo que los dominicanos exhibimos con orgullo lo que sentimos por nuestra nación. No nos dejamos seducir por caza fantasmas, que aspiran a mantener espacios públicos por servir históricamente al autoritarismo y lo siguen buscando, fomentando enemigos en lugar de contrincantes políticos, por sobre la tolerancia mutua que, si sozobra, hace difícil la pervivencia democrática.
Con sus limitadas y autocrecidas pretensiones, atizan la incontinencia institucional y socavan los derechos y libertades del Estado constitucional, con fines de cosechas electorales.
Cuando se crean artificiosamente en los adversarios amenazas peligrosas se pretenden justificar medidas autoritarias, que superaremos, apoyando el censo nacional que, durante estos días estará realizando la ONE. Esto permitirá tener números fiables para un diagnóstico de nuestra realidad, necesario para diseñar e implantar políticas públicas pertinentes.
Hacer lo contrario es execrable, sancionable y un acto de desamor a la patria, pues se busca asaltar la tolerancia y la contención institucional con pretensiones meramente polítiqueras.
El talento al servicio de la degradación política es un pecado capital en democracia, que ni la contrición facilita el perdón. Para recibirlo no basta reconocer los pecados democráticos y expresar pesar. El arrepentimiento debe ser una oportunidad para volverse mejor, trabajar para superar las malas prácticas y hacer cambios reales en la vida.