Ganar con trampa no tiene ningún mérito ni hay por qué celebrarlo. Todo lo contrario, debería ser motivo de vergüenza y amerita una reflexión, no solo de los “perdedores”, sino también de los propios “ganadores” que, aunque no lo admitan hoy, tarde o temprano sufrirán las consecuencias de haber obtenido un galardón inmerecido.
Ganar con trampa es como comprar en una compraventa una de las medallas de oro de Félix Sánchez y luego exhibirla como si en verdad la hubiera ganado uno en las Olimpíadas. Objetivamente tendría la presea en su poder, ¿pero puede sentirse orgulloso de ella?
Dicen que en política eso no aplica y que el fin justifica los medios. Pero esa es solo una verdad a media. Aún en la guerra -y la política es la continuación de la guerra con otros métodos- hay límites.
El pasado domingo, los dominicanos asistimos a la culminación del más desigual proceso electoral alguno posterior a los 12 años de Balaguer.
Todos fuimos testigos del más asqueroso despilfarro de dinero para favorecer la reelección no solo del presidente Medina, sino también para imponer a candidatos oficialistas que de otro modo no le ganaban ni a un niño.
El uso y abuso de los recursos del Estado, el chantaje y la manipulación, especialmente de miles de infelices que reciben una ayudita del Estado, la compra de cédulas, de partidos enteros (PRD y otros grupos de alquiler), un presidente de la JCE parcializado, funcionarios repartiendo dinero, entre otras “irregularidades”, fueron evidentes.
Medina juró que no buscaría la reelección, la comparó con un tiburón podrido, pero tan pronto llegó al poder comenzó a maniobrar en sentido contrario, tragó sin eructar.
Para alcanzar su objetivo, Danilo y su equipo no vacilaron un segundo en pulverizar a Leonel Fernández, a quien consideraban y consideran su principal amenaza dentro del PLD. Compró a unos y chantajeó o excluyó a otros, hasta diezmar a todo el que se le oponía dentro del partid.
Danilo no admite competencia. Modificó la Constitución a papeletazo limpio… y el resto de la historia ya la conocemos.
El domingo, todo el que pasó cerca de un colegio electoral pudo ver la manera descarada como “dirigentes” del PLD repartían dinero a diestra y siniestra, algunos hasta fueron grabados por reporteros internacionales. Así fue como obtuvo el 60 %.
Ni hablar del embuste de que renunciaron tres mil técnicos, de los escáneres, en los que la JCE gastó más de mil millones de pesos.
En definitiva, no veo por qué tenemos que celebrar un triunfo espurio. Por el contrario, todos debemos reflexionar sobre cómo cambiar esta caricatura de democracia, donde quien no cuente con millones de pesos no podrá ser electo a nada, salvo honrosas excepciones, entre las cuales no está Danilo. Y eso, más que celebrarlo, hay que lamentarlo.