Cada día me entristece escuchar o leer a buena parte de los actores políticos nuestros manejarse como verdaderos liliputienses del conocimiento en torno al poder y el ejercicio de una realidad política que ha evolucionado vertiginosamente con el advenimiento de la Cuarta Revolución Industrial y la Era Digital.
Ni siquiera me refiero a la Sociedad del Conocimiento o de la Información, porque sería hablar de algo añejo, en vista de que sus orígenes se remontan a la segunda década del siglo pasado con los aportes de figuras del nivel de Joneji Masuda, Fritz Machlup, Marc Porat, Daniel Bell, Simon Nora y Alain Minc. Hablo de la nueva posmodernidad que se remarca a partir del año 2008, matizada por la inteligencia artificial.
Los actores políticos no solo están en los partidos, sino en el gobierno y en la sociedad civil en general. Los medios de comunicación constituyen los escenarios en los que suelen socializarse ideas propias de la “Edad del Hielo”, con el agravante de que viejos “hacedores” de opinión pública se consideran pontífices de la palabra hablada o escrita.
A propósito, en estos días en que procuraba un libro, me encontré con fragmentos de “Discursos Palpitantes sobre el Libro Primero de Reyes”, escrito por Alonso de Silva y Arteaga, que data de 1708. Toda una maravilla.
“La mayor parte de reinar es el disimulo”, le atribuye al Rey Luis XI, de Francia. Y no quiso que aprendiera otra ciencia su hijo Carlos VIII, por parecerle que bastaba esa doctrina para reinar con acierto.
Muchos años después, en la primera mitad del siglo XX, el historiador y novelista italiano Guglielmo Ferrero, autor de obras de la talla de “El poder de los genios invisibles de la ciudad” y “Las mujeres de los césares”, vendría a hacer unas precisiones acerca de hasta dónde podía llegar el alcance del poder.
Y en ese orden acotó: “El poder recae siempre en una pequeña minoría de grupo; en eso estriba, precisamente, la razón de su éxito, que le permite habitualmente imponerse con facilidad”.
Mientras que, en el 1910, el sociólogo alemán Robert Michels publica el clásico “Partidos Políticos”, en el que hace una descripción de la “Ley de Hierro de las Élites”. Observa que la realidad política es dialéctica y que el verdadero pensamiento político no es estrictamente científico, en tanto discurre en plena controversia, polémica y beligerancia.
En la sociedad dominicana, dependiendo si se está dentro o fuera del poder, no parece entenderse esta dialéctica; tampoco existe en empeño por aprender, tomando en cuenta que el conocimiento genera dimensiones asociadas a la libertad.
En la dirección anterior, el pensador italiano Antonio Gramsci señalaba: “La libertad colectiva no tiene nada que ver con la individual, ni con las ideologías, ni con los partidos, ni con los políticos. La libertad colectiva es el campo del juego, son las reglas básicas, es el arbitraje, la división de poderes, el equilibrio, el control, la elección, la sociedad civil y la estatal, la hegemonía cultural…”.
En la República Dominicana se juega una partida peligrosa. Aunque nada tendría de extraño, porque ha sucedido en otras épocas y en disímiles lugares; el poder político procura controlar la información, llegando a inducir hasta la autocensura mediante palos o zanahorias. Esto de palos y zanahorias no pertenece a la Ley de Michels, sino a “Rebelión en la Granja”, de George Orwell.
Dalmacio Negro Pavón, catedrático español, es más optimista para situaciones de esa naturaleza: “Esto no basta para que la política auténtica sea siempre una combinación de moralidad y poder”.