“Casi mataron al españolito…dicen que fue atacado por el zoológico de la Línea Estrella Blanca”

“Casi mataron al españolito…dicen que fue atacado por el zoológico de la Línea Estrella Blanca”

“Casi mataron al españolito…dicen que fue atacado por el zoológico de la Línea Estrella Blanca”

La gente corría hacía la cabecera del otrora puente Radhamés Trujillo, ahora Juan Pablo Duarte.

–Un hombre se lanzó del puente-se comentaba profusamente entre los parroquianos.

Con apenas unos siete años yo había llegado con mi madre Purita al barrio de Villa Duarte, en la parte Este de Ciudad Trujillo. Nos hospedamos en la casa de mi hermano mayor, Doroteo, consagrado guardia de la Aviación Militar Dominicana y compadre tres veces del generalísimo.

Procedente de la sureña comunidad de Tamayo, llegamos a la capital en la guagua de Malego, emblemático “guagüero” que operaba  en esta lejana zona del Sur cuando el transporte de pasajeros “era muela de gallina”.

Había que levantarse muy temprano para realizar este viaje. No obstante, la misma inocencia infantil me permitía disfrutar de este recorrido que se iniciaba entre cuatro y cinco de la madrugada. Emocionado por el inicio de esta “aventura” en mi primer viaje a la capital, pasaban por mi mente pensamientos sobre todas las cosas hermosas que imaginaba viviría en esta gran ciudad.

Ya al día siguiente, habiendo dormido donde Doroteo, éste me levantó bien temprano y después de desayunar, me puso en formación militar temprano. -¡Pecho erguido como paloma!, ¡viiista al frente! ¡Pelotoooón…! ¡eeen marcha! Me condujo hasta donde mi hermana Aida que residía en Villa Consuelo,  en la calle  que tenía el nombre de  la abuela materna de Trujillo, de ascendencia haitiana, Luisa Erciná Chevalier, en tanto mi madre se realizase sus chequeos médicos.

Como guardia ataviado a la usanza de la época, mi hermano vestía con impecable rigor ropa de kaki cuidadosamente almidonada; se adornaba con una correa de hebilla brillante, bota lustrosa y nítida “espolaina” de lona que le cubrían las piernas, entre tobillos y rodillas y que apretaba con rígidos cordones. Me puso de pie, en formación militar e inició conmigo la larga caminata. -¡Eeen marcha!, fue su arenga para dar inicio al trayecto que nos llevaría casi a paso doble hasta Villa Consuelo.

De postura correcta, éste veterano de la aviación militar de Trujillo avanzaba sin percatarse de que me había dejado atrás, con muchos pasos de distancia. El sol matutino subía el calor y yo no podía ya caminar más. Mis tiernas piernecitas de niños cedían paulatinamente al cansancio en pleno puente. Doroteo miró hacia atrás y observó que yo apenas avanzaba. Se detuvo y esperó para que le alcanzara. Pensé que nos detendríamos para tomar un respiro, pero contrario a eso, me sermoneó con gesto de instructor militar: -¡Soldado, en marcha…!”. Cuando llegamos a donde Aida, éste me dijo que tenía que ser más fuerte para cuando “sea grande” enrolarme a la guardia del jefe.

En la calle Erciná Chevalier observé que la misma estaba en proceso de construcción de sus aceras y contenes. Varios obreros cavaban zanjas y preparaban mezclas. En una de las esquinas operaba el colmado de Doña Ignacia, una tamayense que había emigrado hacía varios años a la capital, instalándose  junto a su esposo en el barrio de Villa Consuelo.

El colmado de Ignacia

 

Desde que abrió a las siete de la mañana el colmado de Ignacia recibió a su primer cliente. Apenas éste saludó, pidió a seguidas un “pote” de “romo”, una cajetilla de cigarrillos “Hollywood” y monedas “metálicas” que usaba para la colocación de canciones en la vellonera.

El parroquiano, para extrañeza de todos, era Prudencio, un conocido ebanista del barrio y hombre poco dado a la bebentina. Se le conocía porque sus finos trabajos eran apetecidos por grandes empresas y bancos. Si acaso se le veía tomar, eran “tragos sociales” en su casa junto a su esposa Rosalina, familiares y contados vecinos. Este día fue la excepción, la última y única vez que se le vio llegar a un colmado, emborracharse y ponerse a escuchar música en la vieja vellonera de Ignacia, ubicada en el popular negocio.

Los asiduos veían con extrañeza a Prudencio libando alcohol y balbuceando inentendibles lamentos casi abrazado a la vellonera. Desde que llegó atinaba a decir –“esa mujer era el amor de vida”, mientras colocaba en el plato mecánico de la vellonera una sola bachata de las llamadas de “amargue”, “de guardia” o de “las chopas o trabajadoras de casa” popularizada por Radio Guarachita: “Para mí todo acabó”… interpretada por el bachatero sanjuanero, Rafael Encarnación:

 

“De niño siempre soñé con triunfar

y ser un hombre enamorado.

Soñaba siempre con ser muy feliz, pero todo ha sido en vano.

Porque el destino traidor

de mis sueños se ha burlado.

Tan solo tuve un amor

y de pronto se ha esfumado.

Para mí todo acabó

ya no hay nada, no queda nada.

Para mí todo acabó

y solo pena llevo en el alma.

….

Tan solo me dio un amor

y de pronto no tengo a nadie

para mí todo acabó, ya no hay nada, no queda nada

Para mí todo acabó y solo pena llevo en el alma…

…….

Prudencio se veía marchito por la bebida, estaba obcecado, envilecido por el alcohol tanto que no permitía que nadie más pusiera en la “tocadiscos”  otra bachata que no fuera la suya. La tarde avanzó y a eso de las cuatro cesó de golpe el sonido de la nostálgica canción y los vecinos comenzaron a disfrutar de la paz del silencio.

-Ahhh, por fin, gracias a Dios dejaron de poner esa canción, ya estábamos cansados, exclamaban. Al rato, la gente corría hacía la cabecera del ahora puente Duarte.

-¿Y ahora qué pasó, por qué ocurre este corredero?, preguntó mi hermana Aida.

-“Se tiró Prudencio al río Ozama desde el puente Radhamés Trujillo”,-le respondió la vecina que corría “envuelta” en una toalla para ir al lugar de la tragedia. El ebanista había cesado de repetir la canción en la vellonera, pagó hasta el último pote de ron consumido y se dirigió dando traspiés hacia la cabecera del puente.

¡Oh Dios!, ¡pobre hombre! ¿Por qué diantre hizo eso?, se lamentaba la gente. Y de inmediato se rumoreó que Rosalina la pareja de Prudencio, una hermosa cibaeña rubia “jojota”, de caderas bien torneadas y profusos pechos deslumbrantes, se había “escapado” para Nueva York a escondida de éste, acompañada presuntamente de un pretendiente.

El tíguere Creta de gallo

 

La muerte del conocido ebanista de la Erciná Chevalier conmovió al vecindario. Todo el mundo comentaba este trágico hecho y yo, en tanto, comencé a entremezclarme con los pandilleros del barrio. Sin pensarlo mucho fruto de mi mente infantil, me incorporé a la “pandilla” del tíguere “Creta de gallo”, fornido joven con una pelada raspada a los lados, mostrando al centro de la cabeza una caballera como la creta de un gallo. Éste –con sus bravuconerías- no solo desafiaba a los pobladores, sino a la propia autoridad del jefe en plena época del tirano Trujillo.

Un día los pandilleros recorrían el barrio afrontando a los vecinos y uno de los obreros que cavaba zanjas para construir contenes, se le ocurrió vociferar: –¡Poopopóoo Creta de gallo! Eso fue suficiente. El tiguerón enfureció y se abalanzó para golpear al trabajador, dando lugar a una mayúscula pelea con picos, palas, machetes y piedras entre pandilleros y obreros.

Como ya me consideraba parte de este grupo, me uní a la pelea y comencé a tirar con escasas fuerzas algunas piedras, mientras mi madre y mi hermana imploraban a gritos desde la puerta de la casa a que abandonara la zona de la ríspida pelea porque me iban a atropellar.

-“Mi hijo sal de ahí, ven, te van a golpear, corre, corre,  sal de ahí”, gritaba mi madre.

No hice caso, seguí allí sin importarme y cuando terminó la riña, me sumé al grupo de pandilleros, a los que parece le agradé. Me introdujeron, pese a que era menor de edad a un “bar cabaret” que había en las cercanías y en el cual, en horas nocturnas, presentaban a la gran Elenita Santos, reina de las salves.

Nadie osó en el bar enfrentar a estos bravucones. –“Usted es un niño no puede entrar”, me dijo el portero del negocio, pero fue ripostado acto seguido por el “Tíguere creta de gallo”: -“El anda conmigo…cuál es el problema…”. Por primera vez entonces entré al interior de un cabaret y quedé encandilado por aquel ambiente, cargado de humos, mujeres, música, bebidas, luces y borrachos.

Me convertí en una especie de “mascota” de “Creta de gallo”, quien  me llevaba consigo a todos lugares a los que acudía en el sector. De esa manera comencé a envolverme en el “enjabonado” tramo de la vida de los adultos. La situación comenzó a preocupar a mi madre, a mi hermana y a Doroteo, éste último que siempre deseó que creciera para que fuera un guardia de los del jefe.

Ante tan brumoso panorama, mi progenitora no lo pensó mucho y dejando atrás sus consultas médicas, decidió acortar la visita a la capital y retornar a Tamayo.

Casi lo matan…

Nos levantamos bien temprano ese día y acudimos a la parada de la “avenida José Trujillo Valdez, padre del dictador (ahora avenida Duarte) a tomar la “guagua” de regreso a nuestro pueblo. Allí se nos acercó “un españolito” que propuso trasladarnos a un costo más barato. Nos explicó que era “comisionista” y que recorría los pueblos  del Sur Profundo donde iba a vender mercancías en las tiendas de esa zona. Como andaba solo, propuso llevarnos para ganar “un dinerito extra” que le serviría para gasolina.

No bien mi madre asintió y el español abrió el baúl de su carro para entrar los bultos, aparecieron de la espesura matutina cuatro hombres que los enfrentaron, uno lo tomó por el cuello, otros dos les agarraron de las manos y el cuarto lo golpeaba.

-“Te estábamos aguaitando maldito español, tu eres de los que viene aquí a robarnos los pasajeros”, gritaban airados mientras golpeaban al extranjero. Se trataba de choferes de la “Línea Estrella Blanca” que transportaba pasajeros a Barahona. Éstos,  sin mayor reparo tomaron nuestros bultos y los llevaron a uno de sus carros y dejaron al comisionista tendido, emitiendo inaudibles quejidos, en la acera de la calle.

No supimos en qué paró aquella súbita golpiza. Cuando íbamos de regreso y ya montados en el carro de la conocida Línea de transporte de pasajeros, mi madre no paró de lamentarse, señalando que “casi mataron al españolito”.

 

El zoológico de la Línea Estrella Blanca

Años después acudí a la parada para indagar sobre los autores de este hecho. Quería decirle, ya con un poco más de conciencia, que no estuvo bien que golpearan así a este señor. Y vaya lo que encontré.

Allí me explicaron que era difícil saber quiénes fueron los choferes que trabajaron aquel día. Había pasado mucho tiempo y que para esa fecha pudieron haber trabajado los apodados El Chivo, El Burro, El Tigre, El Pato, Pata e ‘buey y La Lechuza. También me citaron a Colá, Ave Negra, Manolín El Tigre, El Burro Blanco, El Burro Prieto, Blanquito, Pingüí, La Aguja, La Viuda, Neguín, Mi Negro, Moñita, La Vaquita y Jeringuilla, entre otros. En el libro del escritor barahonero ingeniero Gustavo Adolfo Tavárez y que cita en un artículo Frank Jiménez titulado “Eran otros los tiempos y otros los hombres”, se hace referencia a una leyenda urbana muy socorrida en Barahona que relata que en una ocasión “un cliente había llamado a la Línea Estrella Blanca y preguntó cuáles eran los choferes que estaban en servicio, fue cuando el interlocutor le contestó-Aquí está El Chivo, El Burro, El Tigre, El pato, Pata e buey y La lechuza. 

 El cliente –un poco desconcertado- le contestó: -Oh!! Excúseme señor, yo llamé a la Línea Estrella Blanca y me contestaron del zoológico”.

 

* (El autor es periodista).

 



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