México es una fiesta. No hay semana del año en la cual algunas ciudades, pueblos, barrios, vecindarios y calles no celebren alguna conmemoración, efemérides, héroe
Nacional o local, santo y quién sabrá que más.
Septiembre es particularmente un mes fiestero. Es el mes de la Patria. La fiesta más importante del país es la noche del 15, a las 23 horas, cuando el Presidente de la República, los gobernadores de los estados, los alcaldes y autoridades civiles de los miles de poblados a lo largo del país, dan el tradicional Grito de Dolores, desde Palacio Nacional, palacios municipales, plazas públicas y casas particulares.
Es la noche en la cual los mexicanos, dentro y fuera del país, recuerdan a sus héroes que le dieron independencia, y posteriormente patria.
He disfrutado esta gran fiesta en varios estados del país, pero mayormente en el Zócalo de la Ciudad de México. Decenas de miles llenan el Centro Histórico en una verbena que termina el 16 con el principal desfile o parada militar del año.
Después de las guerras de la Revolución, bajo el mando de verdaderos caudillos como Francisco Villa, Emiliano Zapata, Victoriano Huerta, Bernardo Reyes, Venustiano Carranza, entre otros, el Ejército Mexicano fue profesionalizado y sometido a la autoridad civil por el general Plutarco Elías Calles, el Líder Máximo, como se le conoció.
Desde entonces las fuerzas armadas del país no han intentado un golpe de Estado, y aunque han cometido errores, hoy en día es la institución más respetada. Ese día en particular se aplaude al ejército surgido del pueblo, en el cual todavía no se ha infiltrado la oligarquía.
Y que no representa amenaza para las instituciones civiles.
Del Grito recuerdo dos fechas con alegría.
Aunque la primera tuvo hechos subsecuentes que me causaron tristeza. En más de doscientos años el primer mandatario de la nación mexicana en turno sólo ha compartido el balcón del Palacio Nacional y doblado la campana de Dolores con dos jefes de Estado extranjeros: primero, en 1963, con nuestro , querido y siempre recordado profesor Juan Bosch, defenestrado a su regreso de México a la República Dominicana por un ejército traidor. Y el segundo, en 1964, el general Charles de Gaulle, héroe nacional de Francia. No hay que olvidar que fue el presidente Adolfo López Mateos quien los invitó a la ceremonia.