Carta a los delincuentes

Carta a los delincuentes

Carta a los delincuentes

Wilfredo Mora

La frase de Lacassagne, de que “todos somos culpables, excepto el delincuente”, es lo que vamos a necesitar para reabrir el debate de que el aumento de los delincuentes contra la propiedad se encuentra inversamente proporcional al avance educacional que estamos logrando.

La lucha contra el delito es por medio de la enseñanza y la educación, la que puede promover el respeto por los derechos y libertades de sus ciudadanos. Y como dijo F. D. Roosevelt: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos no es un tratado, ni acuerdo, ni ley obligatoria, su aspecto activo se basa en la educación”.

Los delincuentes no entienden el Código Penal, porque de hacerlo, el fruto de sus acciones ofensoras de la ley sería menor en su moralidad y en su conciencia. Específicamente, cito estos dos deberes, pues, aunque no lo crean, el delincuente tiene moral y tiene conciencia. La tiene en el sentido invertido. De ahí que el delito sea una inmoralidad penada, una falta al deber que se debe acompañar de un castigo, y no, como ustedes lo prefieren, el resultado de una hazaña, premio, o botín.

Antes de que el ladrón, atracador o falsificador se infecte de la influencia del delito, su conducta fue influida de las pasiones del alma, de principios morales, y de respeto a la ley. Sea que se trate del peor y más horrendo infame criminal, le tocó ser un niño bueno, cuyos padres se esforzaron –bien o mal– de un trabajo que implicó de la observación, investigación, experimentación y oportuna intervención, para volverlos a la regularidad de la vida.

En las prisiones podrán serle de utilidad estas reflexiones al que eligió el delito. Los delincuentes son personas, no cosas. Se vuelven capaces de verter la sangre, y no les gusta que le vean como un homicida; el que usurpa lo ajeno, rechaza indignado el título de ladrón. Las reglas de la moral son aplicables a los buenos ciudadanos y a los agresores delincuentes. ¿Por qué? Porque los delincuentes sufren los castigos penales, porque desconocen la moral de la familia, de la humanidad.

El delito del robo está en la cadena de motivos para mantener los presidios abiertos. Empieza con objeto de poco valor, culpan a las necesidades; pero luego, de su delito surgen las diversiones costosas, los placeres caros y el derroche de los que están a su cargo.

Todos los atracadores que se exhiben en las redes no empezaron siendo malos: sus necesidades de atracadores fueron creciendo, mientras su voluntad se fue cayendo como los guijarros lo hacen de la pendiente. El que vive del robo, quiere morir robando. Es un obstinado deseo de vivir mal, pues es sabido que todo ladrón termina en la prisión o en el cementerio.

El que hurta se dirige a la perdición inevitable, pues ha perdido la noción de la propiedad, y del sentimiento injusto que es arrebatarlo. Los animales tienen una idea de la propiedad diferente al hombre; al animal le orienta el buscar sustento, no hacer la guerra a los semejantes. Son charlatanes los filósofos que tienen una idea de la propiedad como injusticia, llamándola incluso robo. Hay una diferencia entre el robo por la fuerza, y hurtar fingiendo autoridad. Frenar la delincuencia contra la propiedad no es un asunto de derechos humanos, sino de deberes humanos.