Justo al cierre de la segunda década del siglo XXI, con el advenimiento al poder del Partido Revolucionario Moderno (PRM), sectores minoritarios de la sociedad han desempolvado su viejo proyecto de promover la desintegración del sistema de partidos políticos.
Indudablemente que se resguardan en la apariencia de la supuesta independencia de instituciones como la Cámara de Cuentas, la Junta Central Electoral y el Ministerio Público, idea que el Poder Ejecutivo ha asumido como propia.
No se puede negar que están en buen momento los promotores de la antipolítica y de la lucha contra las élites políticas; prefieren la construcción de una sociedad de la plutocracia y se regodean de cualquier teatralidad mediática para que los políticos del pasado vayan prácticamente al cadalso, es decir, a una especie de patíbulo moral.
Las cárceles han quedado abiertas para todos, incluyendo familiares directos de un expresidente de la República y de oficiales generales activos, en hechos inéditos en la historia de la República Dominicana.
Aunque se ha tratado de ocultarlo, todo esto cuenta con el respaldo del oficialismo que cifra sus esperanzas en que le rentará beneficios para mantenerse en el poder más allá de 2024, año en que habrán de celebrarse las elecciones municipales, congresuales y presidenciales.
En lo que se han perdido es en el reconocimiento de que la sociedad dominicana es pendular. El péndulo se define como un sistema físico que oscila bajo la acción gravitatoria y está configurado por una masa suspendida de un eje horizontal fijo mediante un hilo, una varilla u otro aparato que actúa así para medir el tiempo.
Los péndulos se mueven, el cuerpo oscila de un punto hacia el otro si una fuerza externa lo impulsa, o sea que de manera ineluctable todo lo que se dirige hacia un lado, cuando pierde la fuerza, luego se dirige hacia el otro polo. Todo lo que se va, vuelve, y de igual manera, lo que sube, baja. Lo que ayer era populismo hoy es otro asunto, a veces es un neoposmodernismo, posverdad, populismo de derecha o posturas políticamente incorrectas.
Monseñor Fernando Arturo de Meriño, cuyas ideas fueron perseguidas por Pedro Santana y Buenaventura Báez, tuvo la visión de verlo en su época del siglo XIX. Comprendió con claridad que el poder es pasajero, por lo que hay que manejarlo como lo aconsejó Baltazar Gracián en “El arte de la prudencia”.
Este exquisito orador que padeció el exilio, dedicó, a Báez, algunos de sus discursos: “Empero yo, que sólo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad; que he sido como vos aleccionado en la escuela del infortunio, en la que se estudian con provecho las raras vicisitudes de la vida, no prescindiré de deciros, que no os alucinéis por ello; que en pueblos como el nuestro, valiéndome de la expresión de un ilustre orador americano, tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra del Senado”.
Y agregó: “Gobernar un país, vos lo sabéis, ciudadano Presidente, es servir sus intereses con rectitud y fidelidad; hacer que la Ley impere a la propiedad, afianzando el amor al trabajo con todas las garantías posibles; favorecer la difusión de las ciencias para que el pueblo se ilustre, y conociendo sus deberes y derechos, no dé cabida a las perniciosas influencias de los enemigos del orden y de la prosperidad…”.
Tengo la certeza de que, de Meriño, hoy que las cárceles han sido abiertas en el presente y para el futuro, aconsejaría a los que gobiernan, que, como el péndulo, lo que sube, baja.