Cuando los pasajeros de Puerto Príncipe desembarcan en la terminal de autobuses de Cap-Haitien, sus rostros reflejan el sufrimiento de un arriesgado trayecto.
El viaje para salir de la asediada capital haitiana implica recorrer caminos peligrosos, tratar de evadir a hombres armados y presenciar episodios de violencia.
«Tardamos varias horas más de lo esperado porque tuvimos que sortear los puestos de control de las bandas y se escuchaban disparos«, declara un pasajero, que prefiere no dar su nombre y está visiblemente conmocionado.
La ya precaria situación de Haití se ha deteriorado rápidamente en las últimas semanas, cuando las pandillas lanzaron ataques coordinados contra instalaciones básicas, provocando la renuncia del primer ministro.
En total, más de 360.000 personas han sido desplazadas internamente.
Para buscar refugio en su huida del caos, muchas de ellas han llegado a Cap-Haitien, una ciudad costera en el norte de Haití.
Cap-Haitien sufre casi todos los problemas más endémicos de Haití: pobreza extrema, caos, desorden y corrupción.
Pero, por fortuna, está a salvo de la violencia de las pandillas.
Por ello se está convirtiendo rápido en el principal refugio seguro del país para las personas obligadas a abandonar sus hogares.
Arruinado por las pandillas
Phanel Pierre hizo el mismo trayecto en autobús hace seis meses.
Aunque salir de la pobreza en Haití es casi imposible, Phanel lo logró tras años de duro trabajo con su propia empresa de importación de materiales de construcción.
Sin embargo, convertirse en un hombre de negocios de clase media lo convirtió en blanco de las pandillas; destruyeron su local, saquearon su casa e intentaron secuestrarlo, hundiéndolo a él y a su familia nuevamente en la pobreza.
Este hombre de 53 años nos muestra la pequeña choza que comparte con su esposa, sus dos hijos menores y su suegra, muy diferente de la casa de siete habitaciones que construyó en Puerto Príncipe.
«Esto es sólo el 2% de la vida que solía vivir», lamenta. Y agrega: «de hecho, no estoy viviendo, solo estoy existiendo«.
Muestra en su teléfono una fotografía de hace unos años en la que aparece más joven y saludable. El estrés ha afectado su salud, asegura, y sus hijos no han podido matricularse en la escuela de su nueva ciudad.
Después de que las pandillas le quitaran todo, Phanel es ferviente defensor de una solución extrema al problema de seguridad del país.
«Necesitamos una intervención a largo plazo. No sólo mil o dos mil policías», afirma, en referencia al despliegue previsto de una fuerza de seguridad de 1.000 efectivos liderada por Kenia.
Cree que la solución pasaría por involucrar a decenas de miles de personas durante años y señala la estrategia de línea dura contra las pandillas del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, como el modelo que necesita Haití.
Pero, incluso si se cumpliera el deseo de Phanel, la tarea de reestabilizar el país se plantea complicada.
Una de las pandillas más poderosas del país, Unite Village de Dieu, publicó un video aterrador -aunque técnicamente bien producido- que circula en la red.
Muestra a una milicia bien armada, vestida con equipo de combate negro y preparada para enfrentarse al Estado haitiano o a cualquier fuerza internacional que pueda desplegarse aquí.
Al ver este tipo de contenidos no sorprende que esté aumentando el número de desplazados internos.
Un país en crisis
Si bien la situación de seguridad de Haití es la de un Estado fallido, también lo es su política.
Youri Latortue, que presidió el Senado, actualmente se encuentra bajo sanciones estadounidenses por presuntos vínculos con el narcotráfico y bandas criminales armadas.
En un cable filtrado del embajador de Estados Unidos hace algunos años, Latortue fue descrito como «uno de los altos políticos haitianos más descaradamente corruptos«, un ignominioso título que él niega rotundamente.
Y señala como culpable a la administración saliente del recientemente derrocado primer ministro, Ariel Henry.
«Tenemos anarquía porque las pandillas se han convertido en una institución más del Estado», alega, y asevera sin rodeos que “el gobierno trabaja con las pandillas».
«Éste es el problema. Durante los últimos tres o cuatro años, el gobierno siempre ha trabajado con las pandillas. Así que la policía no puede hacer nada», sentencia.
Le planteo que a él se le acusa de lo mismo, así como de tráfico de cocaína de Colombia a Haití.
Hace caso omiso de la acusación y, en su lugar, expresa una advertencia a Washington.
«No vengan y traten de hacerlo todo», indica, tras aludir a la mala gestión en la respuesta global al devastador terremoto de 2010.
«Necesitamos ayuda del exterior, de la comunidad internacional. Pero los propios haitianos deben hacer el gran esfuerzo. Trabajemos juntos», propone.
Latortue cree que Estados Unidos, Canadá, Francia y otros países necesitan hablar con políticos no alineados con la anterior administración para encontrar una salida al actual desastre.
Difícil escape
Una salida a este caos también era lo que deseaba Brian Kontz.
Kontz asegura que estas últimas semanas no había tenido miedo mientras trabajaba como científico agrícola en el norte del país.
Pero, sentado en la sala de espera de las salidas del aeropuerto internacional de Cap-Haitien, poco antes de abordar un vuelo chárter a Florida organizado por el Departamento de Estado para estadounidenses varados en Haití, reconoce que era hora de partir.
Kontz asegura que hace dos semanas cancelaron sin previo aviso su vuelo, que estaba programado con más de un mes de anticipación, y regresar a Estados Unidos ha sido una ardua tarea para él.
Buscó otras rutas, incluso con vuelos de misioneros de la iglesia, cuando el Departamento de Estado anunció su vuelo chárter..
«Pero para mí esto no es una emergencia», explica.
Volar fuera de Haití es, por supuesto, un lujo del que no pueden disfrutar millones de haitianos para quienes la situación sí es de emergencia.
De hecho, es la mayor emergencia humanitaria que ha sufrido el país caribeño en muchos años.
Sin embargo, la ayuda llega lentamente. Entrar en un país sumido en una crisis, cuyo principal aeropuerto internacional y conexiones terrestres permanecen cerrados, presenta enormes desafíos para quienes quieren ayudar.
La falta de alimentos está empeorando. Cientos de miles de personas se enfrentan a condiciones similares a las de una hambruna, algo que solo se podría solucionar con una respuesta masiva y coordinada.
En la frontera con la República Dominicana hay enormes colas de comerciantes que pueden cruzar al país vecino durante el día para comprar suministros que se necesitan con urgencia, y que en muchas ocasiones han de transportar por sí mismos a Haití.
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