Una palabra, una sola palabra, posee el poder y la fuerza de definir y describir lo que acontece en estos momentos en la República Dominicana: confusión. Nada parece estar definido. Nada parece estar claro.
Es como tropezar con un muro que frena nuestro entendimiento, y las experiencias y vivencias acumuladas en nuestra existencia. Escuchamos decenas de voces.
Las palabras parecen danzar frente a nosotros elaborando figuras contradictorias. La duda, los criterios encontrados, ocupan el espacio.
Apenas si podemos alcanzar la verdad, una verdad desbordada por esta avalancha de versiones. El mundo que nos rodea parece retorcido por una densa neblina oscura en la que, con dificultad, podemos captar fragmentos de la realidad.
Cierto, el poder está en disputa. Tras ser advertido e impedido de optar por otro periodo, el ejecutivo y su equipo han seleccionado un testaferro que, es evidente, carece de luz y de voz, de ideas, de independencia. Es el alter ego del ventrílocuo, que hace y hará cuanto este le ordene.
De la otra, un dirigente con capacidades y posibilidades propias, conquistadas honestamente, con una vocación por la administración que es tradición en su familia. Y esta tercera opción, que posee el mérito mayúsculo de haber resquebrajado el poder establecido.
En un contexto más amplio y estremecedor está la pandemia. Una evaluación no escrupulosa y superficial podría concederle muy escasos méritos al desempeño oficial frente a este terrible quebranto. Como en todos los ámbitos, las autoridades han sido reprobadas con creces.
El esfuerzo oficial, como siempre, ha estado encaminado a acumular dinero mal habido y herir de manera desvergonzada la paciencia y la tolerancia del ciudadano.
Son catastróficos los daños provocados al sistema económico. El índice de empleos se ha desvanecido. El comercio, la industria, la agropecuaria y el turismo han caído en picada.
El carácter nacional ha cambiado radicalmente y quién sabe si de forma irremediable. Rasgos positivos que una vez nos definían figuran en franca vía de desaparición. Va a ser difícil lidiar con un pueblo frustrado, desencantado, burlado e irascible. Aumentarán las actitudes y conductas antisociales, el crimen, el irrespeto a la ley, a las autoridades y a las instituciones.
El débil equilibrio social se ha resquebrajado de manera grave.
En este ámbito de frustraciones es preciso meditar en una realidad que ha sido la tabla de salvación de este país en sus momentos de mayor desasosiego y abatimiento. Se trata de esa numerosa presencia poblacional que no se percibe de manera significativa en tiempos normales. Y, no obstante, siempre está presente de forma sutil y en tiempos de gran complejidad asume un papel de mayor relevancia.
Este conglomerado humano se caracteriza por su sentido común y su discreción. Se norma por actitudes serenas. Es sabio, coherente y se nutre de todas las clases sociales. Sus vínculos son sutiles pero muy activos en momentos en que la Patria corre grandes riesgos y peligros.
Es evidente que entre sus aspiraciones subyace un sistema de justicia que funcione adecuadamente. Anhela que corruptos y depredadores sean derrotados, juzgados, despojados y reducidos a la cárcel. Es consciente de que el país debe hacer un alto y adecentar las instituciones para proseguir las tareas que nos imponen la consolidación de la Patria.
Es esa mayoría la que, despacio, en medio del caos y del desastre promovidos por los que pretenden seguir depredando y destruyendo al país se hace sentir para que retomemos el camino, recuperemos la normalidad y nos ajustemos a los fundamentos que crearon la nacionalidad y a la República Dominicana.
Una vez se le denominó como “mayoría silente” y todos podemos estar seguro de que se encuentra más activa que nunca antes. Eso lo veremos este próximo 5 de julio.