Algunas fantasías, como la del viejo gordo de blanca barba vestido de rojo que trae regalos en Navidad, tristemente se desvanecen cuando crecemos.
Pero hay otras, avaladas por milenios de persistencia ubicua, que nunca me salen del caco ni del corazón.
Resulta que en diversas culturas marinas han existido las sirenas. Hay con torso, brazos y cabeza de mujer y la mitad inferior del cuerpo en forma de pez.
Pero también con cabeza de mujer y cuerpo de ave. El castellano obliga a llamar sirenas a ambas, pero en inglés son “mermaids” o “sirens”.
En Ea y Trinacia, sirenas emplumadas cantaban una melodía enloquecedora; los marinos alucinados estrellaban sus navíos contra las afiladas rocas de la costa de esas islas griegas.
Ulises preservó el juicio atándose al tope del mástil de su nave con sus oídos tapados con cera de abejas y pudo llegar a su destino, donde los bueyes del Sol pastaban.
Quizás algunos políticos poderosos necesitan similares tapones para no electrocutarse oyendo tantos chismes, infundios e intrigas.