El doctor Luis O. Brea Franco, comisario del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña y asesor general del Ministro y del Gabinete Ministerial del Ministerio de Cultura, remitió ayer al director de EL DÍA, Rafael Molina Morillo, el artículo que se publica en esta misma página bajo el título “Canto a un libelo que se presenta como diario serio y veraz”, con lo cual dice ejercer su derecho a réplica frente a los términos y conceptos utilizados por este diario en su editorial del 4 de febrero en curso.
EL DÍA respeta las opiniones ajenas como las propias, pero cree en estas últimas y las defiende con convencimiento y firmeza.
Seguimos pensando que el otorgamiento del premio “Pedro Henríquez Ureña” a Vargas Llosa fue una torpeza.
¿Se podría adjudicar el título de libelo infamatorio a un diario que hipócritamente se despacha como diario matutino en nuestro país?
¿Puede un periódico serio insultar en lugar de debatir? ¿Es posible vomitar injurias e infamias sobre personas decentes que tienen una dilatada trayectoria vital en que han mostrado un comportamiento ejemplar y coherente?
¿Una persona es responsable, ética y vertebral cuando tira la piedra y fango contra ciudadanos respetables y al hacerlo esconde la mano, máxime cuando lo que se lanza contra el otro o los otros son injurias difamatorias? ¿Pueden tener crédito público los directivos de ese libelo?
¿Es que tienen datos ciertos o pruebas de la manera como ha actuado el Jurado del Premio Pedro Henríquez Ureña como lambones -ex profeso se utiliza un dominicanismo porque esa palabra tiene para nuestra gente común una carga emocional despectiva muy alta-, cuando la lengua tiene palabras adecuadas para describir esa actitud, es decir, adulón o limpiasaco?
Entonces me vuelvo a preguntar: ¿de quién se considera que somos adulones: de un Premio Nobel que por lo menos en mi caso no tengo el honor de conocer personalmente y con quien no he intercambiado palabras nunca en mi vida, sino para cumplir la encomienda de informar la decisión del Jurado y para cuestionarlo si aceptaba el Premio?
Si la dirección a quien se quiere herir se basa en la actitud asumida por los miembros del jurado por el reconocimiento de una obra inmortal y por considerar que, en segundo lugar, después de rendir homenaje a la obra se felicita y se reconoce la capacidad, el poderío que tiene el autor de esa obra grandiosa para domar palabras como si fuera el piloto de un grácil bergantín que avanza seguro en los procelosos mares como pluma de ave, ligero y feliz por estar en su elemento y sabe dominarlo sin ejercer violencia ni trucos, sin verter ni articular insultos o calumnias.
Si esa fuera la causa de tan desmesurada alharaca digna de una chismosa comadre de patio, inculta y tonta, que vive sin el menor atisbo de su mundo circunstante, esto es, sin autoconsciencia, entonces ese editorial me confirma que el irresponsable que ensambló de mala manera las palabras de ese texto no conoce la lengua española.
En nuestro idioma eso no se califica como lambonismo, es decir como adulonería o dar coba, sino que lo correcto sería utilizar palabras tales como reconocer, admirar, apreciar debidamente algo que es valioso en sí mismo.
El genio o los genios hipócritas que garabatearon ese “editorial”, además de iletrados, son mezquinos, gente pequeña, que es incapaz de admirar lo excelente, y lo que es peor son seres resentidos y envidiosos, que con su escrito reconocen la rudeza y el primitivismo de sus sentimientos y emociones, que son seres oscuros, nihilistas y que actúan como las aves de muerte que describe aquel famoso poeta y maestro latino, Publio Papinio Estacio, quien en la Égloga III de su poema la “Tebaida”, dice más o menos, en versos traducidos al castellano: “Criaturas monstruosas vuelan: pájaros de mal agüero chillan entre nubes, / y gimen los vampiros nocturnos, y el búho, / vaticinando fatales calamidades”.
O para volver a nuestro idioma, son semejantes a los pájaros que describe Luis de Góngora en versos ejemplares: “Infame turba de nocturnas aves, / Gimiendo tristes y volando graves”.
En su Fábula de Polifemo y Galatea.
Para concluir estoy seguro que tampoco son periodistas, pues los auténticos están plenamente alineados con el “decálogo del diarista” redactado y consagrado por el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, quien señala que el único patrimonio de un periodista es su buen nombre y que este se acredita al cumplir con algunas breves normas como las siguientes:
“No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza”. “Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificando cada dato y estableciendo con claridad el sentido de cada palabra que se escribe”.
“Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero”.
Me parece, por lo que he podido vislumbrar en estos días, que en EL DÍA hay un desmesurado número de mensajeros que se despachan como periodistas, pero no lo son.