Cuando un dominicano de hoy valora el turismo como negocio o fuente de empleo piensa en playas, hoteles, bienes raíces, millones de visitantes extranjeros, restaurantes o en los denominados “polos”, por donde el desenvolvimiento de esta actividad es más dinámico o le ofrece, si es nuevo, alguna facilidad para insertarse.
Esta no es idea reciente. Lo nuevo tal vez sea la masificación, las cadenas internacionales y la particular atención desde el Estado.
En los días en que fue determinado el perfil de lo que somos hoy —entre el 30 de mayo del 61 y el 24 de abril del 65— la valoración de estas potencialidades estuvo presente.
La encontramos en uno de los dos libros clave por los que debe pasar cualquiera con interés en aquel período formativo y convulso: El destino dominicano, del embajador estadounidense John Barlow Martin; la otra clave es Crisis de la democracia de América en República Dominicana, del expresidente Juan Bosch.
Y como en un artículo precedente (https://eldia.com.do/camino-a-los-60-anos-la-guerra-del-65/) referí un canon, un catálogo personal, para entender por qué fue posible Trujillo con su tiranía de 31 años sobre el pueblo dominicano, sus efectos y el lapso que siguió al magnicidio, acá lo incluyo.
Mi canon: De Lilís a Trujillo, de Luis Felipe Mejía; Una satrapía en el Caribe, de José Almoina; La era de Trujillo, de Jesús de Galíndez; Trujillo, pequeño César del Caribe, de Germán Ornes; Trujillo, la muerte del dictador, de Bernard Diederich; Eisenhower y Trujillo, de Bernardo Vega, y los referidos Crisis de la democracia y El destino dominicano.
De todos, los más difíciles para el gusto de hoy, por extensos, son el de Martin y el de Vega, pero tienen a su favor que muestran la Administración y a las personas en acción, en el caso del primero, hasta Washington.
Trujillo no sólo fue el tirano que mantuvo a los dominicanos sometidos a una camisa de hierro, fue también escuela de lo que se debía hacer en la vida privada y la pública y cómo esta última debía ser puesta al servicio de lo personal.
No reconocía frenos, ignoraba absolutamente los derechos y, como consecuencia, con todo el poder acumulado alrededor de su persona, atropellaba, despojaba y mataba como el amo deshumanizado de un feudo. Lamentablemente, nos heredó sus lisios.